El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
El saber popular recoge un sinfín de consejos, advertencias, sentencias… que son el fruto de la experiencia colectiva a lo largo del tiempo. Hoy me gustaría rescatar uno de esos dichos, ese que habla de cuando algo desentona de forma notoria y el resultado es chirriante o, incluso, incomprensible. Aunque, indudablemente es materia de debate la presencia de las fuerzas armadas en las celebraciones religiosas católicas, en un estado supuestamente laico, no es sobre este particular, sobre el que quiero manifestar mi sorpresa.
He de reconocer que siempre me resultó asombroso ver cómo convivían las imágenes de vírgenes y cristos con soldados desfilando, portando armas y hasta haciendo virguerías con ellas, como hacen los aclamados legionarios. En mi ignorancia, pensé que la divinidad debía promover la paz, estar del lado de la no violencia, despreciar las guerras, apostar por el perdón y abrazar el amor al prójimo, algo complicado, si éste lleva un fusil. Claro, es que estas fuerzas militares dan mucho juego en las procesiones. Sabemos que dedican horas y horas de entrenamiento para hacer los vistosos desfiles. De hecho, forma parte de su trabajo. Ya me hubiera gustado a mí cambiar una clase de sexta hora del viernes con un grupo de primerito de la ESO, por una coreografía con mis compañeras. Pero se ve que el cuerpo de docentes no tiene gracia para estos menesteres. Así que, desde el desconocimiento, me pregunto si esta unión que, como dice el viejo proverbio, parece que no fusiona bien, obedece a cuestiones que a mí se me escapan relacionadas con la fe. ¿Habló Jesucristo, o cualquiera de las otras dos personas divinas, de una alianza con los ejércitos? ¿Expuso una doctrina vinculada con las tropas, las batallas, las tácticas de guerra, el armamento, el espíritu castrense…? O, quizá es que este papel de los soldados en las ceremonias religiosas es, exclusivamente, para favorecer el espectáculo y que, por consiguiente, esto de lo que va es de una función. Y, como ya hay paradas para quienes gusten de esos eventos, tal vez, la devoción no precise de uniformes ni banderas, ni de pasos ligeros ni de novios de la muerte.
Porque de no ser así, no me queda más que creer que todo este despliegue obedece a criterios meramente ideológicos. El Jueves Santo protagonizaron los actos en el puerto de Málaga representantes eclesiásticos, militares, del capitalismo neoliberal y de la monarquía. Lo que vienen siendo las autoridades de siempre. Eso sí, todo amablemente relatado desde TVE, de tal modo que la guerra de África no fue colonialista, Millán Astray no fue un golpista, Primo de Rivera no fue un dictador… ¡Vamos, vamos! ¡Estoy por desconfiar de los refranes!
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