Sardónicos

Me gusta oír durante la Semana Santa música religiosa. La oigo durante todo el año pero me hace más gracia en esta semana de rituales de chivo expiatorio y fiestas de la luna llena y sus cosas brujeriles. Mientras, imagino (no veo) las calles enardecidas por bandas y marchas militares, que ya utilizan hasta pasodobles castizos para acompañar a la Virgen, no digamos esa cosa gigante de tocar el himno de España al entrar o salir los pasos.

Llevo varios días repasando la discografía del grupo Graindelavoix, dedicados a las polifonías entre el siglo XIII y el XVII. Me sorprende la versión que cantan de la “Misa de Nuestra Señora” de Guillaume de Machaut, imagino que tras minuciosas investigaciones usando pocas voces que van desde el bajo profundo al agudo mayor y unos adornos, una especie de vibrato muy lento, que enriquece las polifonías sin rebajar su limpieza contrapuntística. Pocas voces, muy diferentes, como suele ocurrir en la vida real y no esa impostura de Silos, pasada por antigua y en realidad casi actual. Pienso en cómo maneja la Iglesia lo popular. Con los dogmas y el catecismo en la mano deberían excomulgar a todos los participantes en la Semana Santa, pero saben que tolerando esta religiosidad popular siguen teniendo unas cotas de poder en las ciudades y los pueblos por encima de la mayoría de los partidos políticos. Piensen en Sevilla, donde el alcalde se cree que manda.

Yo debo tener un gen luterano: no soporto estas celebraciones y puede hacer más tres décadas que no veo un paso. No soporto la música militar que los acompaña y, sin embargo, suelo atacar a Bach o a Henricus Sagitarius en estas fechas. No es que no me guste el fondo: es que no me gusta la forma. Cuando veo a esos capataces con su jerga aprendida no termino de ver dónde está la emoción, salvo la cuestión social, lo del grupo, la histeria colectiva, que entiendo perfectamente. Está todo muy estudiado y hay que comprender que los recuerdos, las sagas familiares, todo juega, pero confundir todo eso con cristianismo es una jugada de ventaja, tramposa (dentro de poco “trumposa”) que la jerarquía eclesiástica juega con la maestría experimentada de los 1.700 años de historia en los que consiguieron controlar la fe y el poder.

Me comentan que hace falta más de media hora de espera en algunos centros de las ciudades para cruzar una calle. Cuando dicen que hay gente para todo deben referirse a esto, quién puede incluso pagar por sufrir tal humillación; pero el mundo se hace así, con los absurdos y las tendencias emocionales de millones de personas acumuladas que lo mismo hacen que sintamos orgullo por la humanidad que desprecio por la especie. La Semana Santa andaluza es esa empresa que surte de bocadillos de morcilla, panceta y chorizo a los costaleros que lloran con los morrillos descarnados frente a miles de tíos con trajes de corbata para pobres, tías requetepintadas con mallas apretadas, señores en sus palcos hablando de dinero y señoras en sus palcos hablando de dinero, y el mundo choni correteando las calles. Y Dios, con sonrisa de medio lado en las alturas.

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