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Alberto González Troyano
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El otro día recibí una llamada que me provocó una risa un poco tonta. Era del servicio de rehabilitación del SAS para un tratamiento preferente solicitado el pasado mes de mayo. Más de medio año después llegó el esperado telefonazo del Servicio Andaluz de Salud, el m ismo que tuvo a un servidor un año completo en la famosa lista de espera de traumatología.
Así estamos. Esta es la realidad de la sanidad pública andaluza y también de la española porque en esta materia pocas comunidades pueden sacar pecho. Los profesionales sanitarios no dan abasto, los recortes en hospitales y centros de salud son el pan de cada día y la carencia de especialistas comienza a ser algo preoucupante. En cierta manera todos estamos jugando un poco a la ruleta rusa en este juego de la vida en el que a uno le miran como a un temerario por no tener una cobertura médica privada.
En mi caso se trató de una cirugía tan puñetera como bien operada en una mano. Que no era cuestión de vida o muerte, pero uno nunca sabe cómo va a salir de un quirófano y el riesgo de quedarse como El Langui existía. Sin embargo, ahí estuvo la doctora Lola al quite, una cirujana del Hospital Punta de Europa de Algeciras como la copa de un pino que ha devuelto a este plumilla la capacidad de volver a teclear. Así que las quejas o los agradecimientos, a su consulta.
Esa rehabiliación preferente solicitada en mayo, con la mano derecha como una morcilla y escayola y hierro recién quitados, se ha postergado casi siete meses. Lógicamente uno se ha tenido que buscar la vida para acelerar un proceso de recuperación que se habría doblado, como mínimo, de depender del SAS, al margen de las secuelas físicas que puede dejar permanentemente una cirugía que no tiene su continuidad con una fisioterapia inmediata.
No se trata de señalar a nadie, al contrario, sino de evidenciar lo que es cristalino a los ojos de todos, el absoluto colapso que sufre nuestra sanidad gobierne quien gobierne.
Para los profesionales del SAS, en su mayoría, solo tengo palabras de reconocimiento por el trato y el saber estar ante tantos y tantos pacientes impacientes en medio de un día a día arrollador. Cuando uno va a un hospital público suele tener la certeza de que está en buenas manos.
El problema es que hay males que no tienen espera. El problema es que hay pruebas diagnósticas que salvan vidas o en muchos casos las alargan. El problema es que el sistema se está deteriorando al mismo tiempo que una gran mayoría se lanza en brazos de un seguro privado que tampoco garantiza nada.
La sensación, insisto, es que todos estamos jugando un poco a la ruleta rusa de la vida cuando de sanidad se trata.
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