Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Cuando diciembre está a punto de acabar, Correos distribuye entre coleccionistas y filatélicos su volumen anual de Sellos de España y Andorra que titula con ciertas ínfulas poéticas como Valores en el tiempo. En la edición de 2024 recoge un total de 91 estampillas hijas de la oficialidad, la conmemoración, el reconocimiento y también reivindicaciones de lo más previsibles. Entre oportunos aniversarios, homenajes, recordatorios, guiños a la actualidad y a lo políticamente correcto, destaca la entrega número 78 dedicada a la celebración de la Navidad. En esta ocasión no se ha recurrido a un académico lienzo de natividades o pesebres al cuidado del Patrimonio Nacional, sino que se han editado dos timbres: uno dedicado al belenismo como Patrimonio Cultural Inmaterial de España y otro donde se realiza un tributo a la tradición del arrastre de latas de Algeciras.
Con un formato horizontal de 35 x 24,5 mm y una tirada ilimitada de 4 millones de sellos, el 4 de octubre se puso en circulación la estampa que homenajea a la cada vez más reconocida tradición algecireña. La autora del diseño, Laura Recio, ha representado una escena callejera donde dos niños de espaldas arrastran latas un cinco de enero sobre un suelo gris y plomizo enmarcado por motivos que van desde invertidos contornos de abetos, guirnaldas de poinsetias, coronas reales y lucidos paquetes de regalos. En la reseña adjunta se hace referencia al origen incierto de una tradición que es catalogada como única y se ofrecen dos versiones, ambas protagonizadas por el malvado Botafuegos, empeñado en que los niños de Algeciras no tuvieran regalos en fecha tan señalada. La primera relata cómo el gigante decidió encender una hoguera para que la humareda cubriera el pueblo y los Reyes pasaran de largo. La segunda entronca la tradición en los años de posguerra, cuando los padres explicaron a sus hijos que los Magos no podrían detenerse en la ciudad para dejar unos regalos casi imposibles en tiempos de restricciones. No se hace mención a la versión que mejor entronca con la climatología que caracteriza a nuestro entorno: la casi eterna nube que se posa en los valles y canutos que dieron nombre al gigante y que podría impedir que los monarcas divisaran las viviendas. En todos los casos estaría más que justificada la reacción de unos niños que recurrieron al ruido de lo que tenían más a mano para llamar la atención de los epifánicos adoradores.
Sea cual sea el origen de la leyenda, como tantas otras acabó poseyendo el carácter de pretexto, de excusa o justificación que por estos pagos tiene poco de impostada. Es el detonante para que miles de niños invadan las calles de la ciudad en su mañana más ruidosa y bella; tanto, que Correos la ha considerado para coleccionistas y filatélicos como un valor en el tiempo.
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