Semanas de lluvia

21 de marzo 2025 - 03:05

El viento ábrego se abate sobre muros y balcones; cierros y ventanas; portales, recodos y ángulos. El agua lame las cornisas con la fruición de los amantes primerizos, tachona de gotas los cristales y empapa las telas y los cuerpos perseverante, incansable. Cae la lluvia en cortinas interminables que se cierran desde suroestes imposibles entre grises claros, grises oscuros, grises neutros, grises siempre mojados. Se siente la llegada de la lluvia, que retorna con la frecuencia de los ciclos que están por encima del tiempo porque son en sí tiempo. Cuando cesa, se eleva el silencio de la humedad triunfante; una saturación que sube paredes arriba, se agranda y se respira en la cartografía inasible del espíritu hasta que nuevas gotas ponen fin al mutismo con la acompasada cantinela del agua que retorna.

Estas semanas la incesante lluvia ha sido titular de prensa y tema de conversación. Hablar del tiempo en los ascensores ha desbordado tópicos: goteras, cubos, fregonas, reúma y humedades han cobrado actualidad con las hipérboles propias de un universo rápido y olvidadizo que exagera lo normal y sobredimensiona las pautas. Estos días me han devuelto la memoria de una infancia en la que nuestras madres nos embutían en sonoros impermeables azul marino, del mismo tejido que una boina a juego y un paraguas de varillas metálicas y mango de caña acostumbrado a mañanas y tardes pasadas por agua. Con unas buenas botas, alargábamos el camino hasta el colegio haciendo escala en cada canalón y metiendo el pie en todos los charcos. Subíamos por el tramo en pendiente desde la farmacia de Almagro al Escudo de Madrid. Por allí bajaba toda el agua de la calle Larga y había veces que se estancaba frente a la Cabeza del Toro, Tejidos Martín y la tienda de Donizá iniciándose así las periódicas riadas que un invierno sí y el otro también afectaban al barrio ahora nominado de la Caridad. Los mayores colocaban listones de madera en las puertas para que no entrara el agua en las viviendas y consultaban el horario de la pleamar como espada cotidiana de Damocles.

En Algeciras no existe estación oficial de la Aemet. La más cercana es la ubicada en la próxima sierra Luna, donde los ábregos descargan aún con más fuerza. En las últimas semanas se han recogido centenares de litros de lluvia. Casi cuatrocientos en las cabeceras de los pantanos, donde ya no se ven puentes y las estrellas toman forma. En las cimas han caído más de mil cuatrocientos. Parece mucho, pero aún no se ha llegado a la media anual ni a la cifra récord de 2.785 que precipitó hace solo quince años. No cesamos de hablar de la lluvia, quizás porque la teníamos olvidada, al igual que los sonoros impermeables, las boinas a juego y la tienda de Donizá.

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