Sexo y poder

23 de marzo 2025 - 03:08

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, recoge en El libro del buen amor una reflexión de Aristóteles. “El hombre por dos cosas trabaja: la primera por el sustentamiento y la segunda por conseguir yacer en tálamo con hembra placentera”. El Arcipreste se identifica con el filósofo: “Todas las criaturas tan solo en una época se juntan, por natura; el hombre, en todo tiempo, sin seso y sin mesura, siempre que puede quiere hacer esa locura”.

La Historia acredita cuan cierta es la pulsión del hombre por amancebarse alocadamente a la menor ocasión y sin valorar las consecuencias de una extemporánea cópula. Paris, príncipe troyano, se prendó de Helena, esposa del rey de Esparta, Melenao, al punto de raptarla y, de paso, desencadenar la Guerra de Troya. Marco Antonio primero y Julio César después provocaron la subordinación de Roma a Egipto por mor de la lasciva Cleopatra, mujer de infinita voluptuosidad y, según Suetonio, consumada maestra en el lujurioso arte de la felación. Justiniano, emperador del Imperio Bizantino, quiso revivir la grandeza del Imperio Romano clásico compilando el derecho romano en la obra Corpus Iuris Civilis, todo ello dirigido en la sombra por la emperatriz Teodora, que de prostituta callejera pasó a erigirse en la mujer más inteligente y poderosa de Bizancio.

El libidinoso deseo por la cortesana Ana Bolena empujó a Enrique VIII nada menos que a romper sus vínculos con el Vaticano y entregar Inglaterra a los protestantes. Kennedy desprestigió su mandato presidencial por haberse encaprichado de las vertiginosas curvas de Marilyn Monroe y Clinton es menos conocido por sus logros como presidente que por haber recurrido a una becaria para sofocarle –con sexo oral– una repentina calentura que le sobrevino en el Despacho Oval. En cuanto a la agitada vida íntima de nuestro rey emérito solo es entendible si se conoce lo crápulas que llegaron a ser sus antepasados Borbones.

Sirva el introito para valorar en su justa medida la compulsiva conducta sexual de algunos de nuestros actuales gobernantes que, tal como si hubiesen leído a Aristóteles, al llegar al poder se procuran primero el “sustentamiento” (para ellos, sus familiares y allegados) para luego adentrarse en el licencioso mundo de meretrices y barraganas. Aunque sin la sofisticación de, por ejemplo, un Jeffrey Epstein que habilitaba un nidito de amor para políticos y magnates en una paradisiaca isla del Caribe; aquí, gentes como el Tito Berni y Koldo montaban saraos en puticlubs y casas de lenocinio o repartían picantes catálogos de escorts entre sus jefes. Lo curioso es que muchas de estas hetairas se han convertido –stricto sensu– en mantenidas gracias a las colocaciones (ficticias) que les proporcionan sus chulos y que les pagamos el resto de ciudadanos.

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