Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
AYER, mientras trabajaba en la terraza de un bar frente a la pantalla de mi portátil, un hombre se me acercó y pronunció en alto dos palabras: “Un ordenador”. Me giré para mirarlo, conocerlo, interactuar, y me lo encontré observando el aparato. Sin pensárselo se atrevió a preguntarme: “¿Para qué sirve?”. Le dije que para trabajar desde cualquier sitio, que era como enviar cartas pero de otra forma. Sin estar convencido del todo se marchó, no le hacía falta saber más sobre aquel artefacto que le era tan ajeno. Yo no pude engañarle, no me salieron las palabras convencidas que pudieran afirmar que este cacharro es algo necesario, bueno, útil. Este pequeño encuentro me recordó a otra persona, que se llama M, que siempre lleva un libro en la mano y que no tiene móvil. M defiende que quiere seguir siendo humano hasta que se muera.
Y es que cada nuevo invento relacionado con la tecnología es aceptado sin discusión, crítica o cuestionamiento, en pro del progreso, de una falsa comodidad. Los avances tecnológicos podrían ser inocuos, incluso inocentes, pero actualmente están directa, rígida y completamente ligados con el control no solo de quien se compra el dispositivo, sino también de su círculo de contactos, antes llamados amigos, familiares y conocidos. En una onda expansiva aparentemente inexistente, estamos apelotonados y categorizados como si fuéramos poca cosa: una edad, un género, un gusto musical; y de ahí se va tirando del hilo.
Esta nueva forma de existir es obligatoria. Me pregunto qué pasaría si nos permitiéramos un mínimo de autonomía, si pensáramos por un momento si queremos usar la tecnología que se impone. Decir obligatoria no es una exageración, o si no: ¿por qué para estudiar en la enseñanza pública superior hay que tener una cuenta de correo de Google? Este es un requisito indispensable para acceder al temario, a las evaluaciones y para entregar las tareas: para aprender. No se puede decir que no. No se puede decidir.
¿Podría alguien negarse a utilizar los aparatos que se han establecido como necesarios y no encontrarse en la más completa soledad en medio de una multitud? En las aplicaciones que de repente necesitamos hay que decir que sí a todo, o se nos privará del servicio que “necesitamos”. Es un sí abstracto, que no sabemos exactamente lo que significa, hasta dónde llega. Decir sí es también consentir, asumir, permitir, autorizar. Decir sí es dejar el poder del otro lado. Como en un cuartel militar, aceptamos la jerarquía que pesa sobre el soldado raso, la del que solo puede ser sometido, sin derecho a accionar su voluntad.
Fantaseo sobre cuántas veces habrá pasado esto en el transcurso de la humanidad, cuántas veces se habrá cedido. Me encantaría saber a qué se le ha dicho que no, qué ha sido vetado, no aceptado, no asumido, rechazado. Por ahora decimos que sí a todo, incluso a un genocidio.
También te puede interesar
Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon
La esquina
José Aguilar
Un fiscal bajo sospecha
Postdata
Rafael Padilla
Manuscritos
Lo último