Rafael Castaño

Lo de siempre

El mundo de ayer

La mayoría siempre preferirá admirar la originalidad de Velázquez a la extravagancia de un ‘happening’

07 de junio 2024 - 00:15

Fui a ver Segundo premio, la película de Isaki Lacuesta que no va sobre Los Planetas pero es lo más parecido a una película sobre Los Planetas. Cuando acabó, una mujer que estaba cerca le dijo a otra que era la típica historia del grupo de música que empieza a triunfar pero pronto desciende (o asciende) por las resbaladizas cuestas del alcohol y las drogas, y que por eso no le había gustado: ya sabía que el éxito en ciertos gremios parece conducir a los mismos paraísos artificiales y pérfidos.

Pensándolo bien, de todo podemos decir que lo hemos visto antes. Alfred Whitehead, filósofo no tan conocido como su discípulo y colaborador, Bertrand Russell, dejó escrito que “toda la historia de la filosofía –y quizá de todo el pensamiento occidental– es una serie de notas a pie de página de los Diálogos de Platón”. Visto así, bastaría con leernos la República y el Fedón y tumbarnos en el sofá, pero sabemos que no basta, o que no debería bastar, del mismo modo que esas solitarias pastillitas de colores que alimentan a los personajes de 2001: una odisea del espacio nos permitirían sobrevivir, pero nos quitarían las ganas de hacerlo. Es más importante comer de todo que comer todas las noches ensalada.

La originalidad es una de las nuevas virtudes teologales, y muchos entienden que es mejor muchas veces que algo yerre por querer sorprendernos; que algo nos mueva los ojos, por así decirlo, aunque no nos mueva el corazón. Pero todo es más complicado que eso. Si así fuera, los museos de arte contemporáneo tendrían muchos más visitantes que El Prado, pero la gran mayoría siempre preferirá admirar la originalidad estudiadísima de Velázquez a la extravagancia inaprehensible de un happening. Nos gusta lo nuevo cuando hace mucho que dejó de serlo, porque nuestro gusto adocenado necesita sentirse en un lugar seguro.

T.S. Eliot escribió que el ser humano no soporta demasiada realidad. Siguiendo la misma lógica, la naturaleza escondió, en las semillas de ciertas frutas, pequeñas cantidades de cianuro. Buscamos las zonas de confort, los rostros familiares, las viejas historias. Evitamos la eterna juventud de lo que nunca cambia. De pequeños queremos escuchar los mismos cuentos y ver las mismas películas. De mayores buscamos también nuestro lugar: las pelis alemanas de Rosamunde Pilcher, los partidos del Betis, el café del desayuno. El abrazo de tu mujer, la respiración profunda de tu hijo en la noche, los olvidos y dolores y dulces de tu abuela. En el fondo, lo que nos gusta es que ciertas cosas nunca cambien.

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