Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De monstruos
Postdata
Es ciertamente extraña –no hace mucho lo analizaba aquí Alberto González Troyano– la sumisión humana ante el poder. Él la centraba en la actual a nuestro Pedro Sánchez. Pero, siendo sobresaliente, no sólo se trata de su caso. Ha habido y hay otros muchos. El problema de la servidumbre voluntaria está presente en la política mundial al menos desde Maquiavelo. Con toda razón, éste afirmaba que, en la conservación del gobierno, las falacias y la violencia obtienen mejores resultados que el buen juicio y la honradez. Étienne de La Boétie, lúcido precursor en la defensa de los derechos humanos, escribió con tal título –El discurso de la servidumbre voluntaria– una esclarecedora obra, publicada entre 1574 y 1576. Realiza en ella una reflexión atemporal sobre los resortes del poder y su capacidad de dominación y se pregunta cómo los hombres no solamente lo obedecen, sino que se manifiestan “encantados” y “fascinados”. En líneas generales, concluye que las gentes que se someten a gobernantes perversos lo hacen por costumbre, por interés o por miedo. También, añado yo, por pura estupidez.
Así, en primer lugar, existe un gran número de personas que son indiferentes al obrar político. Viven sus vidas, se ocupan de sus trabajos y están habituados a que les manden. Únicamente se moverán, señala Félix de Azúa, cuando las decisiones gubernamentales los lleve a la ruina. En segundo, aunque en número menor, afloran los interesados. Los aduladores, arribistas y truhanes, rentistas todos, legal o ilegalmente, de tan potente maquinaria. Inclúyase aquí a los empresarios que se arriman a ella, a los medios de comunicación “leales” y, cómo no, a los pícaros que se enriquecen en la coyuntura. Por último, concurre un pequeño grupo que, aunque protesta y maldice al gobierno, es incapaz de oponerse a él. Sea por mantener a todo trance una incoherente coherencia, por disciplina o por miedo, votarán, siendo de los suyos, al que manda.
El sociólogo francés Luc Boltanski, frente a tal absurdo, se pregunta “como un pequeño número de actores puede establecer de manera duradera un poder sobre un gran número de actores”. Pues por eso, porque nos gana la aceptación voluntaria de la condición de siervos, porque nos tragamos el descaro y la soberbia de líderes con más cara que carisma. Somos nosotros los que convertimos semejante tragicomedia en exitosa. Y nos corresponde también a nosotros retirarla para siempre del cartel.
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