Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Por montera
Existe una realidad enterrada por el silencio. La realidad, luego la desvelaremos. El silencio está parapetado bajo la gigantesca mole de cemento de un antiguo y frustrado proyecto enfocado a convertirse en un centro comercial y que, por orden de Nicolás Maduro, es ahora la más terrorífica cárcel de Latinoamérica. Allí sobreviven enterradas unas 1.800 personas, entre hombres, mujeres y menores de edad. Casi nadie puede saber con exactitud las cifras de las personas que Maduro va encerrando a su antojo e ira política, de quienes va secuestrando de manera arbitraria. El Helicoide es el infierno en la tierra donde los alaridos de hombres y mujeres, sometidos a torturas y violaciones, rebotan entre las paredes del interior del centro penitenciario que se traga, día a día, las torturas sistemáticas que quedan bajo esa mole en forma de espiral. Como en Corea del Norte, el país del tenebroso silencio, inaccesible y con el riesgo de no salir si consigues entrar, donde sus 26 millones de habitantes viven sometidos a una dictadura sin límites y donde las pocas escenas que King Jong-Un deja transmitir a su interés, se ve a miles de personas aplaudiéndole de manera histérica mientras sonríen esforzados o lloran a mares según el ánimo de su líder. Esa es la inspiración para otros dictadores. En Venezuela, otro discípulo del totalitarismo, Nicolás Maduro, también tiene amenazada a su población con la tortura y la muerte si no se le rinde pleitesía. Esa es la realidad: que, si no piensan lo mismo que su gran jefe, su amado líder, su presidente, terminan en una fosa de más de setentaisiete mil metros cuadrados donde los apresados no ven nunca la luz natural ni respiran aire fresco. Un preso detenido arbitrariamente, que se dedicaba a trabajos sociales mientras estudiaba en la universidad, Víctor Navarro, pudo salir tras nueve meses de torturas. Navarro se dedica ahora a contar su experiencia y reproducir en 3D el interior de semejante mazmorra. No hay aseos. Se les obliga orinar y defecar en la bandeja de la comida. El poco agua que pueden beber es la misma para asearse. Las cucarachas les recorren el cuerpo como si fueran animales muertos y el sonido de fondo son los alaridos desgarradores de los presos colgados por las extremidades a los que les aplican descargas eléctricas pinzadas a los genitales. Las mujeres son violadas por los funcionarios. La realidad es que, hoy en día, nada se sabe de los españoles apresados acusados de intentar asesinar al dictador pero que solo eran dos turistas de Bilbao. Así es la política dictatorial, enterrada en el silencio.
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