Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Lejos quedan aquellas ensoñaciones de pandemia sobre un futuro prometedor fruto de haber sufrido un cataclismo que solo encontraba precedente en la mal llamada gripe española. “De esto salimos mejores”, decían algunos. Lo ocurrido con la DANA en Valencia es una prueba manifiesta de que no es así. Además, hemos vuelto a demostrar con numerosos ejemplos que no estamos preparados para gestionar desastres de este estilo, esta vez, fruto de la crisis climática.
El problema es que mucha gente, guiados por unos interesados influencers (o engañabobos, como deberíamos empezar a volver a utilizar), ha empezado a difundir una verborrea de odio, basada en noticias falsas, chifladuras y mensajes muy populistas. La Agenda 2030, la Aemet, la confederación hidrográfica, los ecologistas, Cáritas y la Cruz Roja son los enemigos de estas personas. Umberto Eco llamaba a la emisión de información manipulada para dañar la imagen pública de alguien “la máquina de fango”. El mismo fango con el que bañaron a Felipe VI en su visita a Valencia. Curiosamente, el monarca llegó a aconsejar a unos jóvenes que no hicieran caso a todo lo que leen, que hay mucha desinformación interesada en causar caos.
El problema radica en que mucha de esta desinformación viene respaldada por medios periodísticos, programas de televisión y algunos políticos. Da igual cuántas agencias de verificación se funden, la mentira corre más rápido y el sesgo de confirmación es mucho más fuerte que el gesto de contrastar noticias. Por ello, es difícil entender cómo permiten esto los colegios profesionales de periodismo.
Además con cada vez mayor frecuencia se ven desfiles en distintas ciudades de encapuchados con símbolos muy similares a las esvásticas, brazos alzados y recuerdos al dictador. Sus proclamas van contra el Estado de derecho, la democracia parlamentaria, “los rojos” y en ocasiones el mismo rey. Dudo que en otra democracia europea se autoricen estas procesiones de odio tan evidentes. ¿Cómo se permite esto? ¿A quién beneficia?
Por último tenemos la batalla por el poder judicial. Los principales partidos del país nos han demostrado qué significa para ellos controlar este pilar, que nada o poco de independiente tiene en determinadas cuestiones. Una alta tasa de paro, desinformación, poder judicial mediado por facciones políticas y paramilitarismo en las calles. Los politólogos llaman a esto “Síndrome de Weimar”, término que alude a las tensiones que llevaron al fracaso de la democracia liberal alemana de los años 30. ¿Podremos detener la polarización extrema que marcha directa al autoritarismo?
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