La otra orilla
La lista
Ha entrado en el hogar a llenarlo de ternura el aclamado Sonny Angel, con su culito gordo y arrugado de sharpei y sus hechuras de querubín de Rubens. Ha llegado en un envoltorio muy cuqui que invita a la expectación porque, como el tazo de Pokémon o el cromo de Panini, las líneas de embalaje meten a estos angelitos de manera aleatoria en su paquete. La revelación era importante, y fui llamado a filas al salón para atender al nacimiento de la criatura. ¡El de las orejitas de oso panda! “¡Qué rico! ¿Te gusta?”. Y uno, abrumado por la ternura que de ese bebote de plástico emanaba, no podía menos que soltar un “Ohhhhh” y desprenderse de toda su masculinidad tóxica.
Aquí lo tengo, mirándome, con sus manitas apoyadas en unos mofletes comestibles y esos ojos grandes que me piden que lo acomode en el filo de la pantalla mientras escribo la columna. Leo en los digitales, que parecen ya otra cosa diferente a los periódicos por mandato gubernamental, que a la estética de estos bichillos se le puede poner nombre. Estética Kawaii, cuentan que se llama. Lindo, adorable, explican que significa en japonés. Y le digo que no. Lo siento, cosita. Ahí te quedas. Porque la melifluidad elevada al cubo espanta lectores y esta columna va camino de que se la zampe Winnie the Pooh.
Leo también que este ángel celestial crea comunidad y que hasta la Rosalía se lo ha plantado en el móvil, y es verdad: en mi entorno ya veo intercambio de muñequitos como la paz se da uno con el prójimo en la misa y hasta para la boda que se aproxima la futura esposa los ha propuesto como sorpresa a las amigas. El otro día, en una sidrería, un amigo del periódico lo sacó y lo colocó en el filo del vaso en el que le acababan de servir la quinta cerveza. Qué ternura desprendería este pillín diminuto que, de pronto, me entraron ganas irrefrenables de plantarle un besito al camarada. No fue el alcohol, no, sino ese Sonny Angel bendito que ha llegado a las Españas para sacar lo mejor de nosotros.
Qué bien que uno a partir de ahora podrá ya beberse cervezas cuquis, sacarse selfies cuquis y hasta marcarse un balance de cuentas cuqui si de su MacBook Air asoma la cabecita por la pantalla este querubín. Resurge en esta moda el gusto cursi por las cosas pequeñas de las que emanan grandes delicadezas, la enajenación por el “es tan blandito que me quiero morir”. Si en tres meses hubiera elecciones y Abascal se planta mañana en el Congreso con el Sonny Angel dinosaurio sobre el iPhone te saca mayoría absoluta. Ay, Señor… Ojalá tuviera perro en casa. Así le echarían la culpa a él de lo que está a punto de pasar.
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