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Rafael Sánchez Saus
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Crónica personal
El suicidio político de María Jesús Montero es uno de los temas más interesantes de la historia política contemporánea de España. Sólo se puede explicar por esa fascinación que algunos sienten hacia la figura de Pedro Sánchez, cuyo perfume de gladiolo enloquece a algunos insectos del ecosistema socialista. Por él no le ha importado a la andaluza perder todo sentido del honor político y la palabra dada. Parece una heroína de ópera romántica, ajena a cualquier cosa que no sea su adoración a esa antorcha radioactiva que es el presidente del Gobierno. Recuerda a María Lejárraga, la esposa de Gregorio Martínez Sierra, patética en su empeño de servirle de negra literaria cuando ya la había abandonado por la actriz Catalina Bárcena. Las grandes pasiones consiste en eso, en perder el sentido del ridículo y la dignidad con tal de seguir recibiendo migajas de afecto.
Pese a que las señoras burguesas criticaban sus “pelos fritos” y su hablar arrabalero, Montero ha demostrado en no pocas ocasiones ser una política competente y combativa. Puede que no aplauda con el donaire de María Antonieta, pero es uno de esos puntales por el que cualquier gobierno suspira. Lo demostró en la Junta y lo demostró en Madrid. Sin embargo, incluso los políticos no son nada si no guardan un mínimo de coherencia con la hemeroteca. Con temas como la amnistía y el concierto catalán, Montero ha demostrado que su palabra no vale ni una moneda de azófar. Cuando Sánchez haga mutis por el foro en la gran comedia nacional (tarde o temprano lo hará), Montero, en el mejor de los casos, herederá un erial.
Hubo un tiempo en que la doctrina periodística era que el futuro de Montero era dar la batalla por Andalucía, hoy en mano de Juanma Moreno y sus vandaluces del PP. Sin embargo, Montero ha volado definitivamente los puentes con su tierra natal. ¿Cómo regresar a una región a la que ha engañado de una manera tan descarada, a la que probablemente empobrecerá y subordinará a los intereses del independentismo catalán?
Ayer, Montero no fue capaz siquiera de contar la verdad al Senado. Se enredó en tontos juegos de palabra, incapaz de admitir que han cambiado la igualdad entre territorios y ciudadanos por unos meses más de Moncloa. Y todo por amor político a un guapo de zarzuela. La política, a veces, es una novela barata.
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