Jaime Batlle

El tablero geopolítico se mueve

La tribuna

21 de septiembre 2016 - 01:00

EL final de la Segunda Guerra Mundial inició un periodo que esta tocando a su fin. Ese mundo se caracterizó por una expansión económica y de bienestar que se generó alrededor de los núcleos que habían resultado vencedores: Estados Unidos y Europa, fundamentalmente. La Perestroica en la Unión Soviética pareció poner fin a los sobresaltos de la Guerra Fría, visto desde el prisma egocentrista de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.

Dos hechos y un inmenso error político-estratégico, han contribuido decisivamente al crítico escenario que hoy viven las sociedades vencedoras de la última contienda mundial. El primero tiene carácter económico. El primer mundo ha evolucionado hacia un sistema de capitalismo extremo que ha conducido a una desigualdad creciente que esta teniendo dos consecuencias palpables: la desaparición de la clase media y la concentración de las transferencias de renta hacia los más ricos.

El segundo hecho acaecido es la globalización, generada al amparo de la gran revolución tecnológica de finales del XX y comienzos del XXI, en relación a la información y las comunicaciones. La globalización ha supuesto un instrumento para acelerar la transferencia de rentas a los que están arriba. Una de sus cesiones ha sido instaurar una especie de democracia transnacional que se ha traducido en la libre circulación de mercancías y personas. Cesión e instrumento al mismo tiempo. De alguna manera la cara más amable de ese instrumento se nos está volviendo en contra porque el estado del mundo no permitía aún semejante apertura.

El gran error político que define el siglo XXI, hasta el momento, es el derrocamiento de Sadam Hussein que aceleró la historia, hasta el punto de poner en grave riesgo los valores y la propia supervivencia de las sociedades que surgieron victoriosas tras la Segunda Guerra Mundial.

El régimen de Sadam suponía un bastión de contención del radicalismo musulmán. Al desaparecer, toda esa amalgama de pobreza, incultura y fanatismo cristalizó en el llamado Estado Islámico, que está aprovechando el flanco político-social más abierto de la globalización y la decadencia económica de Occidente, que se ha dado cuenta y hoy se debate entre recortar derechos humanos a cambio de mas seguridad o asumir menos seguridad a cambio del no cuestionamiento de sus valores.

Todo indica que la balanza se inclina a favor de la elección de menos derechos humanos a cambio de mas seguridad. El Brexit es una evidencia de que el Reino Unido ha elegido esa opción sin esperar a la decisión europea. Además, está por confirmar si Donald Trump confirmará su Usexit. Si eso sucediera se generaría un efecto dominó en el núcleo duro que forman los países de la UE, que acabaría con el proyecto europeo tal como lo conocemos hoy día. Se está creando el caldo de cultivo para la aparición de figuras políticas surgidas de un ecosistema defensivo y por tanto poco contemplativo con los derechos humanos, capaces por sí mismos de cuestionar los cimientos, los valores y las instituciones en las que se ha basado el mundo occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué es, si no, Donald Trump? Quizá es demasiado pronto para etiquetarlo como tal, pero puede ser un precursor de nuevas figuras que aceleraran el final de esta época.

La aceleración histórica que estamos viviendo en Occidente, que se concreta en el desgajamiento del Reino Unido -y veremos si el de EEUU-, unido a la crisis y desigualdad económica interna, provocarán dos reacciones. El terrorismo, por un lado, y, por el otro, la presión de Rusia en el flanco nororiental de Europa para recuperar su territorio desmembrado y ejercer influencia sobre el mundo eslavo.

Europa ha dado suficientes muestras de debilidad -analícese la anexión reciente de Crimea por parte de Rusia- como para pensar que no resistirá sin dos de sus mas firmes aliados, en caso de consumarse finalmente el Usexit. Donald Trump ya ha avisado de que la OTAN le cae demasiado lejos y vivimos tiempos de incertidumbre en los que la única certeza es que algo se mueve bajo nuestros pies.

Para la totalidad de las generaciones actuales esto es algo completamente nuevo y por tanto no sabemos a lo que nos enfrentamos. Sólo podemos intuirlo. Todo parece indicar que el escenario futuro será una Europa mas débil a largo plazo, no sólo por su declive económico, algo absolutamente evidente, sino también débil en la perpetuación de unos valores que han sido utilizados más como instrumento que como señas de identidad. No sería descabellado pensaren un futuro a largo plazo en el que Rusia hiciera valer sus reivindicaciones territoriales y su influencia en el universo eslavo, con la complacencia y apoyo europeos, a cambio de la obtención de mas seguridad en Europa, por la amenaza procedente de Oriente Próximo. El Brexit es el desmarque de ese escenario.

Hay dos países que serán claves en el futuro y que hoy se dan cuenta del peligro que corren respecto a convertirse en moneda de cambio sacrificada. Estos países son Ucrania y Turquía.

Sin lugar a dudas el tablero se mueve.

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