El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
La colmena
El destape de los años 60 sigue siendo una ilusión. En España cultivamos cada día nuestro perfil de católicos, apostólicos y romanos entre supersticiosos y temerosos. No sé si de Dios o de nosotros mismos. Y acomplejados. Porque el lenguaje nos delata casi tanto como las estadísticas. Me refiero a los tabús.
El mayor logro de la Manada no ha sido hacer justicia y meter a los jóvenes sevillanos en prisión; ha sido concienciar a la sociedad de la violencia sexual que soportamos de forma casi rutinaria e inconsciente. Asumir, todos, que las criminales no son ellas por ir demasiado provocadoras sino ellos por pensar que las pueden violar porque son suyas. La Fiscalía General del Estado alerta en su última memoria del aumento de casos del último año (un 23%) y hace un llamamiento sobre el "fenómeno" de las violaciones en grupo que "cosifican" a la mujer. ¿Pero hay realmente más o está ocurriendo como con la violencia machista? Que hemos perdido el miedo a denunciar, que hemos dejado de sentirnos culpables gritado "basta ya"…
Suelen decir los psicólogos que el primer paso para superar un problema es reconocer que existe. Aunque se olvidan de advertir que nada existe si no se nombra. Ocurría con la violencia machista, ocurre con las violaciones y ocurre con los suicidios. Para los medios de comunicación sigue siendo tabú publicar la historia de quienes deciden voluntariamente acaban con su vida; hay un pacto no escrito -extrañamente vigente en los actuales tiempos de hiperinformación- por el que silenciamos la noticia pensando que así contribuimos a que no se contagie.
Justo este lunes, la OMS ha desvelado que cerca de 800.000 personas deciden suicidarse. En los países más desarrollados, de forma más alarmante. Después de los accidentes de tráfico, son la segunda causa de muerte entre los jóvenes, más que el cáncer o la malaria. Ahora nos dicen que se puede prevenir y que podemos y debemos hablar de ello. Que hay que situar el problema en el corazón mismo de las escuelas y en los programas de salud pública de los Estados.
Si cogen los periódicos de la última semana, la muerte de Blanca Fernández Ochoa debería empujarnos a hacer autocrítica. Por la hipocresía y el cinismo con que lo hemos contado y por todo lo que hemos obviado sobre el posible porqué de su caída. De su fracaso personal y del ostracismo en que vivía. La hemos convertido en heroína sin atrevernos si quiera a hablar de suicidio...
Una muerte buscada cada 40 segundos; no es un titular que debiéramos esquivar.
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