
Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De lección
Hace unos veinte años realizamos un viaje familiar por carretera a Galicia. Al pasar por Cáceres, mi hijo mayor –que acababa de graduarse como arquitecto– me insistió vehementemente para que me desviase hacia Casar de Cáceres, un pueblecito de apenas 4.000 habitantes para fotografiar una –según él– notable obra arquitectónica que se erigía en ese lugar perdido de la mano de Dios.
La estación de autobuses de Casar es una lámina de hormigón plegada doblemente sobre sí misma para poder alojar a los autobuses en un andén formado por el bucle mayor y la sala de espera de pasajeros y cafetería en el bucle menor. Su autor fue el arquitecto extremeño Justo García Rubio y he de confesar que me sorprendió un edificio tan singular en un sitio en que, dada su escasa población, la parada de autobús bien podía haberse conformado con la clásica marquesina.
Mi hijo me explicó que aquella construcción se enmarcaba en la llamada arquitectura brutalista, un estilo donde se muestran los materiales de construcción desnudos y los elementos estructurales forman parte del diseño decorativo. Se hace uso del hormigón o ladrillo vistos, sin enlucir ni pintar. Suelen ser monocromáticos y supeditados a las formas geométricas. Pronto olvidé la lección de arquitectura del niño y no ha sido hasta ahora que no la recordé al ver el titulo de una de las películas más destacadas de la temporada, The brutalist, que obviamente no hace referencia a una persona violenta, ruda y sin miramiento, sino al mismo estilo arquitectónico de aquella lejana (en el tiempo) estación de autobuses.
Cuenta cómo László Toth (Adrien Brody) un arquitecto judío perteneciente a la escuela de la Bauhaus, huye de la Europa de los nazis a una Norteamérica en pleno desarrollo. En esa tierra de promisión, un magnate le encargará la obra de su vida y lo que surge es un edificio rotundo, descarnado y contundente. Un templo de hormigón (ejemplo de brutalismo) provocadoramente monumental. En cierta forma la película recuerda a otra magnifica obra sobre arquitectura, El Manantial (1949) que basada en la novela de Ayn Rand, filósofa y escritora rusa nacionalizada estadounidense, expone su tesis de exaltación del individualismo (a la manera de Nietzsche) a través de un joven arquitecto idealista al que da vida Gary Cooper. Ambas películas son ambrosía para los abotargados cerebros de unos espectadores acostumbrados al cine de superhéroes. The brutalist dura de tres horas y media y su director (Brady Corbet) ha colocado en medio un descanso de 15 minutos siguiendo el criterio de su admirado Hitchcock: “La duración de una película debe ser proporcional a la resistencia de la vejiga humana”.
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