Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
La aldaba
Se nota julio en la calle. Nunca ha sido un mes bueno para la hostelería en Sevilla. Julio tiene mucho de la segunda quince de noviembre, cuando se guardan los recursos para la larga Navidad. Ahora se almacenan los jurdeles para agosto, el mes del verano por excelencia. Entramos en la cultura de los diítas que podremos pasar en alguna playa, o del picoteo en destinos varios. Ya no se veranea, salvo que uno sea un potentado ruso de chándal y tatuajes patibularios. Ahora en el mejor de los casos se pasan esos diítas en casa de alguien. Nos empotramos, encajamos, acoplamos. Empotring, encajing o acopling. Hay verdaderos genios que podrían impartir el Máster del Agosto en Casa Ajena. Si usted se empotra diez días en morada ajena debe al menos convidar a cenar dos veces a los titulares registrales o arrendatarios en un restaurante, y hacerse cargo un par de veces de la compra doméstica en el Covirán. Con esos cuatro desembolsos tendrá ganados los diez diítas. Añada alguna bandejita de pasteles de la confitería de referencia para la tarde del domingo. Y si aporta hijos al gorroneo, procure que bajen la basura en alguna ocasión, dejen el aseo en condiciones practicables y sepan colocar los cubiertos en su lugar cuando se les pida que pongan la mesa. Las segundas residencias en la costa son como el barco. La mejor es la del amigo. Pero hay que saber hacer las cosas. El verano es un peligro sin necesidad de bacterias como la listeria ni de virus como el del Nilo. La aviesa cultura del tener derecho a todo nos obliga a pasar días fuera al precio que sea. Y eso necesariamente sale caro, tanto que hay deudas que no se pueden saldar con dinero. ¡Que se abran los apartamentos de Matalascañas, Mazagón, la Antilla (la popular y la prefabricada con el apósito de isla) y El Puerto! Empiezan los días de frustración, de soportar empotrados y de recibir a los tíos del diíta. Echará usted de menos al portero de la caseta que impide el paso de las vendedoras de claveles, porque los aficionados al mangazo de Feria suelen ser los mismos del mangazo de playa. Cuando le pregunten por sus planes de agosto no hay nada como decir que uno va y viene durante el mes, que no se queda fijo en el destino porque uno no aguanta tantos días fuera de Sevilla, que nos agobiamos fuera de casa, que hay que cuidar de las plantas, venir una tarde (indefinida) a la novena de la Virgen y cerrar el apartamento el día 25. Y dígalo así: cerrar la casa. Tenga mucho cuidado con los del diíta, porque se le adosan a la mínima. Todo el que “picotea unos diítas” es una potencial amenaza. Y al final acaban usando sus toallas y sus bañadores. Los gorrones son como el IBI: hay que soportarlos dos veces al año. Feria y verano. Se devengan... ¡Y cómo!
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