Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Los aficionados al atletismo hemos disfrutado con la excelente cobertura dada por RTVE al reciente campeonato europeo celebrado en Múnich. Especial mención merecen los tres comentaristas de las pruebas: precisos, didácticos y, sobre todo, expertos conocedores de las diferentes especialidades. Sin embargo, no dejaba de ser molesta la manía de uno de ellos de saludar a los telespectadores con la muy inclusiva fórmula de: "Buenas tardes a todos y a todas", supongo que es una sutil manera (a juicio del locutor) de constatar que él -lingüísticamente hablando- se acuerda por igual de hombres y mujeres.
Sin embargo, apenas unos instantes después el mismo comentarista olvida su "militancia" feminista y se expresa sin recurrir a ninguno de los tan agotadores como farragosos latiguillos característicos del lenguaje inclusivo: "atletas españoles y españolas", "entrenadores y entrenadoras"...
La razón es simple, inconscientemente aplica la norma de la economía lingüística, esto es, aquella que evita circunloquios innecesarios que contravienen por completo los criterios del buen uso del castellano. La RAE critica el uso de "todos y todas" y de cualquier desdoblamiento sistemático cuyo empleo constante origine dificultades sintácticas y de concordancia además de hacer que la redacción y la lectura se vuelvan completamente artificiosas.
Hay que buscar en la clase política (fundamentalmente la progresista pero con la aquiescencia de los conservadores temerosos de ser tachados de retrógrados) la apuesta por esta extravagante forma de expresarse y no es solo cuestión -que también- de la deficiente alfabetización o el desconocimiento del idioma de nuestros gobernantes, sino que para ellos la quiebra de nuestros usos lingüísticos es una forma de poner en evidencia a quién no se someta a las normas de la neolengua de turno (1984 de Orwell). Las "miembras", las "portavozas", las "jóvenas" o las "pilotas" son las "señas de identidad" de un lenguaje inclusivo que aspira a captar prosélitos -y votantes- a fuerza de darle coces al diccionario y cuanto más grosera sea la agresión a nuestras convenciones lingüísticas mayor será la fidelidad de los que las aplauden y más alejará y estigmatizará a quienes nos neguemos a emplearlas.
Ahora bien, siendo inquietante que los políticos usen un patrimonio de todos como la lengua para beneficio propio, aún lo es más que periodistas y comunicadores ultrajen, como en este caso, su instrumento de trabajo, el idioma, para señalar sus simpatías políticas. Si no cambian las cosas es posible que, acordándose también al colectivo LGTBIQ+, en el próximo campeonato el interfecto no salude con un: "Buenas tardes a todos, a todas y a todes".
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