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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Verbos transitivos
Hay referentes con muchos significantes y realidades con muchos nombres; tantos, que sugieren una relevancia poco real. En las lindes de poniente del término de Algeciras, a orillas del Estrecho y a más de cien metros de altitud se eleva una torre que ha formado parte del paisaje real y sentimental de muchos ciudadanos que contemplamos en ella una metáfora de los derrumbes reales del paso del tiempo. Conocida como de los Canutos, de San Diego, de las Fontanillas o de Cala Arenas, su topónimo del Fraile es el que la identifica con una torre gravemente amenazada que aún hoy domina el paisaje entre el Tolmo y la punta homónima. Es toda una almenara: edificación de carácter militar cuya función era la vigilancia. Directamente relacionada con la de Guadalmesí y la de Punta Carnero, se erigió a finales del siglo XVI como hito en las comunicaciones visuales entre Tarifa y Gibraltar en unos tiempos en los que Algeciras vivía tiempos de olvido. El ingeniero Juan Pedro Livadote diseñó una robusta atalaya desde la que se controlaban las correrías por el canal en tiempos de muchos trasiegos. Con arenisca local se tallaron irregulares piezas de cantería que sirvieron para erigir las cuatro caras de un prisma relleno de mampuesto y cubierto de estucado desde donde poder ver de día y de noche; desde donde avisar con humo y con fuego.
Hoy no son necesarios vigías presenciales, ni rápidas humaredas, ni institucionales llamas; quizás por eso es tan difícil llegar a un baluarte herido por el tiempo y por el abandono. Estrechos senderos ocultos por una tupida vegetación donde abundan crecidos lentiscos, taimados palmitos, resistentes acebuches y jaras que hacen honor a su nombre sirven de intrincadas vías para quienes osen acercarse a una torre herida por demasiados rayos. Recientes derrumbes producidos en su flanco suroccidental muestran un interior desquiciado en un ejercicio de cruel desuello que ha dejado a la vista de forma impúdica sus medidos interiores. Bóvedas que no cubren suelos, escaleras sin peldaños, garitas en imposibles filos, matacanes al aire, interiores desnudados.
Uno de los escasos hitos arquitectónicos de una ciudad tan despojada de ellos está desmoronándose a pedazos. Las grietas amenazan con descarnar aún más unos muros que fueron soberbios y que ahora se muestran con la más indefensa de las debilidades. Si no se actúa pronto, dejará de tener existencia real y pasará a formar parte de las trastiendas de la infiel memoria.
Tras regresar bajo los lentiscos, los palmitos, los acebuches y las jaras da la sensación de haber efectuado una despedida honda, completa, sin retorno y queda en el cuerpo la sensación de lo que ya no tiene remedio, aunque aún estemos a tiempo de conseguir que la torre del Fraile siga siendo un referente y no se convierta en un significante sin nombre.
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