
Confabulario
Manuel Gregorio González
O tra vez el wolframio
Una de las profesiones más difíciles es la consultoría porque es extremadamente complejo hacer caso a otro. Hace poco me preguntó alguien a qué me dedico y la repuesta me salió rápida: a acreditar inútiles de manera fehaciente con pruebas documentadas. En una reunión con directivos de primer nivel, argumentaba que la opinión, el pensamiento diferencial y la ejecución profesional basada en el valor diferencial de nuestra propuesta funcional es clave. Que hemos de actuar cada día como si estuviéramos construyendo una obra de arte que en el futuro explicaremos a alguien, cuando solo vivamos ya de recuerdos y se hayan acabado los proyectos. Ese día llega, tengan la certeza de que llegará.
Por definición, un tóxico es aquel que interviene de manera negativa en la organización y/o en el desarrollo de los demás. A veces de forma intencionada y para su beneficio: tóxico activo. A este hay que aplicarle el último bonus y la carta de despido al mismo tiempo.
Si es un tóxico intencionado para beneficio propio pero no influye negativamente en los resultados de la organización y obtiene resultados por sí mismo se trata de un tóxico-brasa. En este caso, la decisión hay que tomarla en base a la consecución de resultados en relación a la paciencia. Si la magnitud resultante es <1, hay que despedirlo, contemplando el valor de la indemnización como factor decisivo de la decisión. En cualquier caso este tipo de tóxicos hay que evitarlos y aplicar la norma del contacto cero. Si la toxicidad es una condición de la forma de ser, entonces hay que aceptarlo en función de los resultados o despedirlo en función de los mismos.
Si el tóxico es consciente, interviene de manera negativa en la organización y su actitud tóxica no deriva en su propio beneficio, estamos delante del “tontóxico”. Si aplica estas recomendaciones, la salud mental de su empresa se lo agradecerán. Luego están los “Pff” o llamados tóxicos ceniza, gente que ve problemas en cada oportunidad y en cada decisión. A estos no hay que despedirlos siempre y cuando aporten resultados, pero jamás hay que ubicarlos como directivos ni responsables de nada en la organización.
Por último están los tóxico-pelotas a quienes no hay que desvincular, salvo que la adulación alcance una gravedad crítica que se evidencia cuando los resultados se resienten. Este tipo de tóxicos precisan de paciencia franciscana.
Gestionar una empresa es gestionar la complejidad y en ese escenario el principio directivo a aplicar es que el tóxico sepa que el directivo lo ha detectado. Todo lo demás se reduce a la visión motaniana de la realidad para el tóxico: “Que sepas que ser, eres”. Porque el principio clave es que el tóxico tome conciencia de su estado existencial.
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