Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Cambio de sentido
Acomodada sobre la vía del tren, gafas de fardar, tetamen push up, melena al viento. La turista de Auschwitz posa ante el móvil de su chico que, agachado para tomar el plano, deja intuir el principio del fin de su espalda y de la humanidad tal y como la habíamos conocido. No se lleven tan pronto las manos a la cabeza; esta foto de una foto, que ha dado la vuelta al mundo, no se diferencia de otros miles de selfis e instantáneas de la peña haciendo equilibrismos por esas mismas vías, morritos, gestos de victoria, poses sensuales. ¿Tanta mala gente que camina apestando la tierra visita el memorial del Holocausto? No llegan a mala gente, son dormidos en la hipnosis de sus pantallas, señoritos satisfechos, turistas miopes, perfectos idiotas. Esto no dista mucho del hecho de que hayan puesto junto a la Puerta de la Muerte del campo de exterminio nazi la heladería Icelove. Lo que me extraña es que no hayan abierto aún un puestecito de jabones.
Esto, que nos parece el colmo, sólo es la metáfora de esta época, en la que nos están acostumbrando a ver qué barbaridad es más gorda que la anterior (en clickbaits, reels, tendencias para ti, tiktokers locos por llamar la atención), de modo tal que lo tremendo o absurdo deja de parecerlo. Así, la historia o el paisaje se reduce a photocall, los deseos se confunden con derechos, y el yo arrasa con el nosotros donde forjábamos un relato compartido que nos ayudaba a que lo peor de la historia no se repitiera. Ahora el mundo es un parque de atracciones donde, quien puede, saca entrada para montarse en el trenecito de Auschwitz, ostentar su ignorancia o tratar a cualquier sujeto como un objeto de usar y tirar. El salto mortal llega cuando el poder político y económico contribuye, con sus discursos y acciones, al disparate hasta que la barbaridad deje de verse como tal. Así las cosas, habrá quien no vea nada raro en alquilar a una mujer para que geste en su vientre a tu hijo, construir un campo de golf a la vera de Doñana, vender biquinis con relleno para niñas de cinco años, pagar un pastizal por cenar en cueros junto a otras mujeres empoderadas (hasta ahora, la desnudez y el poderío eran cosas de mucho valor pero poco precio), abrir un centro comercial de lujo en el corazón del Vaticano (bien pensado, no es tan incoherente…), morir en un reto viral, o votar al o a la política con más alto perfil comunicativo, aunque lo que comunique sea mentira tras mentira, barbarie y más barbarie. Échame foto.
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