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Afinales del siglo XIV, dos caballeros franceses, Jean de Carrouges y Jacques LeGris, combatían para el rey Carlos VI en la Guerra de los Cien Años. Jean de Carrouges pertenecía a la nobleza y paseaba por los campos de batalla su fidelidad al rey, su ignorancia supina y su apego a la idea del honor. Jacques LeGris era, en cambio, un guerrero inusualmente culto que suplía su falta de linaje con la educación adquirida durante su estancia en órdenes religiosas.
La historia de la amistad y posterior desencuentro entre estos dos caballeros es el argumento de la película de Ridley Scott El último duelo. Jean de Carrouges (Matt Damon) concierta matrimonio con la joven, noble, rica y también muy hermosa Marguerite (Jodie Comer) la única hija de Robert de Thibouville, un noble normando que se había opuesto al rey francés y que esperaba restaurar el estatus de su familia uniéndola al incondicional vasallo real a cambio de una generosa dote. Fue un matrimonio de conveniencia y pronto Jacques LeGris advirtió que las cualidades de Marguerite pasaban completamente desapercibidas para su rudo amigo. En ausencia de Jean, el apuesto Jacques irrumpió en su castillo y alegando mal de amores violó a Marguerite. En un gesto insólito para la Edad Media, la ultrajada esposa afrontó la vergüenza de hacer pública su deshonra (y la de su marido) para que se hiciera justicia. El caso se convirtió en lo que hoy llamaríamos un juicio mediático y todos los implicados se vieron obligados a declarar ante autoridades civiles y eclesiásticas. El acusado se reafirmó que en que no había cometido delito alguno y entendía el acoso a la dama como un “juego sexual” y las protestas y gemidos de la misma más como señales de placer que de rechazo. Al marido solo le interesaba limpiar la afrenta a su honor y Marguerite fue sometida a un denigrante interrogatorio en el que debió responder si había llegado a experimentar con el violador (o con su marido) “la petite morte” (especie de desvanecimiento posorgásmico que facilitaría las posibilidades de quedar embarazada). El espectador intuye que quizás la dama llegase al clímax en su encuentro con Jacques (al poco tiempo dio a luz un niño) y lo que si comprende es que jamás alcanzó tal placer con su desabrido esposo que, de facto, la sometía a violaciones legitimadas por el sacramento del matrimonio. Al no poder emitir un veredicto, se decidió someter la cuestión al juicio de Dios, un duelo a muerte para averiguar quién decía la verdad. En caso de ser el acusado el triunfador, la mujer también sería declarada perjura y quemada en la hoguera.
En unas circunstancias tan bochornosas como la de Marguerite se han visto envueltas unas chicas españolas por atreverse a denunciar los abusos sexuales de un futbolista. Su gesto, como si estuviésemos en el Medievo les ha supuesto ser vilipendiadas por la opinión pública. Esperemos que, si los jueces no les dan la razón, al menos, no las quemen en la hoguera.
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