La otra orilla
La lista
Cornea como la bestia al matador en el albero, y llega la cuadrilla en forma de DANA para despistarlo, distraerlo y dar al malherido un respiro con el que recuperarse. Unos 36 grados me asfixian cuando escribo estas líneas. Calientes saldrán de la imprenta, y mientras ustedes las leen el termómetro marcará apenas 20. No ha llegado la cornada definitiva aún, la meteorología juega con nuestra mente embadurnándola de nostalgias y desproveyéndola de ellas con cada caída de la Luna.
Pero me niego a dejarme guiar por los calendarios y los días marcados en él por la geología, y esquivo la burla payasesca del cambio climático, que nos castiga con la incertidumbre por nuestra imprudencia e inconsciencia El verano ha llegado, lo sé, porque el patio del colegio suena a brisa de mar y el cemento de sus pistas huele con la tormenta agresiva. Salen los críos, el curso letárgico, a calcular los ángulos de la portería en clase de Matemáticas gracias a la tregua estival de la profesora; y salen los críos, días estos de descanso y transición a los meses de reposo, a practicar los sintagmas de la calle.
Ha llegado el verano y para muchos ese que Diego S. Garrocho llama el último verano. Son días de Selectividad, y la sensación de acabarla es tan inconmensurable que es imposible que el chaval sea consciente de que en el aula se entra a las nueve siendo un adolescente y se sale a las doce convertido en joven. El último verano llena nuestra mente de trampantojos que nos hacen creer que seguimos siendo los mismos y, sobre todo, que seguiremos siéndolos.
La memoria me traiciona y mitifica ese último verano de atardeceres eternos y borracheras bisoñas. No todo puede ser tan legendario, me digo, porque no cruzamos las Españas ni visitamos las grandes capitales europeas en un trenecito hoy financiado por el Gobierno. Cádiz, mi Cádiz, nuestra Cádiz, fue la base de operaciones de un destacamento de muchachos que jugaban a ser adultos y hoy se reúnen para añorar la adolescencia. Existe un vacío léxico que defina el ciclo vital en el que nos encontramos en ese último verano inolvidable y sustantivo en su simplicidad.
Volveré a mi Cádiz en mis vacaciones mal pagadas y veré a divisiones militares de chavales que sufrirán la peor de las derrotas: que al compañero de trinchera lo deje un portero sin saborear la noche épica porque aún tiene 17 años. Otros sellarán pactos de sangre en su mente inquebrantables, y los términos “juntos”, “vida”, “siempre”, “nunca” y “cambiaremos” conformarán las frases que les escucharé pronunciar. Cuando lo hagan callaré. No diré nada. Porque al último verano también deben vestirlo los ropajes de las promesas incumplidas.
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