Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Gafas de cerca
El veraneo y las vacaciones son rasgos de bienestar social que suceden, sobre todo, entre la mitad de julio y la mitad de agosto. Todavía queda un mes para el viejo ecuador estival de estampida que los italianos llaman ferragosto, quince de agosto, en el que quedaban las ciudades desprovistas de sus lugareños. Un día que cada vez más es el que hace sonar la campana de retorno. Ya este fin de semana, los impenitentes hemos notado, con anual asombro, los efectos de la migración interior que propician las vacaciones pagadas y las fugaces escapadas de los dominguers. Basta con salir a comprar el pan o a refrescarse el gaznate –con dudoso éxito– para constatarlo. Con la europeización de horarios que trajo la pandemia, los bares acentúan la costumbre de cerrar los fines de semana. Los ya pocos establecimientos valientes resultan convertirse en islas de reunión de cualquier Caribe de distrito, en las que los piratas se congregan: no se trata –¿no?– de los Jack Sparrow y su caterva de maleantes y patapalos, sino de aquellos que, o bien son raros de solemnidad, o bien son personas que, sencillamente, no tienen adónde ir. La multitud mesocrática se traslada a las playas; o a Cantabria y Asturias, o incluso a destinos antes insospechados como Teruel o Soria, de pronto de bote en bote. Oh tiempos, oh costumbres.
Hoy es día de fútbol: España se juega la final de la Eurocopa con Inglaterra. También de tenis, aunque –soberano de suyo– el campeonato inglés de Wimbledon la hizo coincidir con lo que va a ser un tremendo Alcaraz-Djokovic. Puede uno, titánicamente, dedicar esta tarde a la última etapa pirenaica del Tour; a visitar, mando de pago en mano, la pista principal del All England Club, y, a las nueve, ahíto de competición sedentaria, a ver el partidazo en el Estadio Olímpico de Berlín: Europa a la grande. Ajeno a ese gozo de sofá, el vaciamiento de las ciudades recuerda a una táctica de baloncesto: el “aclarado”, que busca dejar aislado al atacante “bueno” para que se la juegue. En el aclarado de verano sucede al contrario: dejamos solos a los menos dotados o muy mayores. Las ciudades se aclararon de escolares, padres, oficinistas, camareros y otros figurantes del panorama habitual. Y emergen, protagonistas repentinos, otros que, diluidos y casi invisibles, siempre estuvieron sobre la cancha. Son días de deambular a deshora de los solitarios, que lo eran antes y lo son más ahora: cualquier hora es deshora para los abandonados por la suerte; no importa la inclemencia natural, la de gran calor de cada año, de quien huye quien quiere y quien puede.
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