Víctimas

Postrimerías

18 de marzo 2025 - 03:05

Defendida por sectores ultraconservadores entre los que se cuenta la actual vicepresidenta de Argentina, la falacia de la memoria completa sostiene que lo que libraron los militares y los cuerpos policiales de la dictadura con las fuerzas de la ‘subversión’ fue una guerra en la que los primeros, aunque cometieron excesos, tuvieron también sus víctimas. No fueron excesos, sino acciones planificadas de una estrategia de aniquilación de la que existen pruebas sobradas, y su reclamación de que los delitos de lesa humanidad sean sobreseídos obedece a un intento de justificar lo injustificable, pero hay que ser honestos cuando se habla de víctimas porque no cabe discriminar entre ellas. Al margen de las motivaciones ideológicas, la definición de terrorismo se refiere sólo a los métodos y vale para las izquierdas y para las derechas, para las guerrillas, las escuadras, las bandas o los estados. Los criminales de ETA que fueron, no detenidos y juzgados por sus crímenes, sino eliminados en acciones de guerra sucia, son también víctimas, aunque a la mayoría de los españoles nos repugne su militancia. En el caso de la Guerra Civil, solemos escuchar que las víctimas del terror rojo ya fueron reconocidas por las instituciones de la dictadura, pero los honores franquistas no cuentan después del gran pacto del 78. La nueva España surgida de la reconciliación no puede obviar que existieron ni decirles a los descendientes de los ejecutados en las sacas, en los paseos, en las checas, que esos asesinatos, al contrario que los otros, estaban justificados. Aunque mucho menos numerosos y más localizados en el tiempo, sobre todo al comienzo de la contienda en la retaguardia de la zona republicana, fueron crímenes tan horrendos y repudiables como los cometidos por los nacionales durante la guerra y después de la guerra. No hay en este doble reconocimiento equidistancia de ninguna clase, pues la condena de todos ellos se sitúa en un plano moral, como vieron ya entonces –sin renunciar a sus convicciones ni dejar de pelear por ellas– muchos republicanos decentes. Fuera del campo de batalla, donde las leyes de la guerra suspenden el orden civil, los crímenes son crímenes. Hay víctimas no inocentes, pero no hay victimarios buenos, y una sociedad democrática no puede hacer distingos en este punto. Puede y debe anular las condenas ilegales, localizar e identificar a los desaparecidos o erigir lugares de la memoria, del tipo de los que recuerdan públicamente a las personas asesinadas. Promoviendo la libre investigación de los historiadores y procurando crear un clima de tolerancia y respeto, el Estado tiene la obligación de reconocerlas a todas.

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