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Por extraño que parezca, y a causa de ver innumerables películas del Oeste ya fuese en el cine (las matinés de los domingos o los programas dobles de los sábados) o, más tarde, en una incipiente televisión española que se nutría de series como Bonanza, El Virginiano o Daniel Boone, yo conocía mejor el río Misuri que el Guadalquivir. Y estaba más familiarizado con las Montañas Rocosas que con los Pirineos. Tombstone, Dodge City o Abilene eran para mí ciudades más evocadoras que Burgos o Zaragoza. Los westerns eran mis películas favoritas y no es solo que me gustasen, sino que muchas de ellas dejaron una huella indeleble en mi memoria.
Recuerdo como me conmovió ver con mi padre Raíces profundas, la historia de un solitario pistolero, Shane (Alan Ladd), que auxilia a unos granjeros frente a un rico ganadero que quiere arrebatarles sus tierras. Para neutralizarlo el terrateniente recurre a un asesino a sueldo, Wilson (Jack Palance) que, imperturbable, esperaba a la puerta del saloon el momento de colocarse sus guantes negros, un gesto que era el anuncio de que iba a desenfundar sus pistolas. A pesar de que apenas tiene diálogo es, sin duda, el mejor y el más despiadado de los “malos” del Oeste.
Prefería a John Ford a Marisol o Joselito y, antes que ellos, mis héroes eran los soldados del Séptimo de Caballería, protagonistas de su famosa Trilogía (Fort Apache, La legión invencible y Río Grande). Viendo a John Wayne –el alter ego de Ford– supe como se comportan los hombres duros (en Centauros del desierto desenterró el cadáver de un indio para dispararle a los ojos ya que, según las creencias sioux, sin ellos no podría entrar en su paraíso).
Los siete magníficos es la historia del enfrentamiento desigual entre siete pistoleros y un grupo de forajidos que subyuga a un pueblo de campesinos. Yul Brynner (en su mejor papel), Steve McQueen, Charles Bronson y mi favorito, James Coburn, tan bueno con el cuchillo como con el revólver.
Ya adolescente, me impresionó Duelo al sol una película que rememora el relato bíblico de Caín y Abel y del que los espectadores salen del cine sobrecogidos por duelo a muerte que entre riscos protagonizan dos enamorados: Jennifer Jones y Gregory Peck. Este mismo actor, aunque en un papel diametralmente opuesto, es el protagonista de otro gran western: Horizontes de grandeza, donde el “civilizado” Peck entra en conflicto con el “salvaje” Charlton Heston. Su inolvidable banda sonora está a la altura de la música de Los Siete Magníficos.
De adulto disfruté con un film adelantado al ecologismo: Las aventuras de Jeremiah Johnson, con Robert Redford, y fue un deleite ver el remake de Raíces profundas que rodó Clint Eastwood, El jinete pálido, tan buena como el original. Una frase dicha por El Predicador define de manera precisa lo que era el Far West: “Dios creó libres a todos los hombres; pero fue Samuel Colt quien los hizo iguales”.
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