Verbos transitivos
José Juan Yborra
Zonas inundables
En el 55 a.C. escribió Cicerón De Oratore, volumen donde incluyó una frase que se ha hecho célebre: la de que la historia es la mejor maestra para la vida.
Aún permanecen archivadas en nuestra frágil memoria las imágenes y los testimonios de las catastróficas avenidas que han sepultado bajo el agua, el lodo y el cieno la llanura de aluvión que desagua en la Albufera de Valencia: toda una nueva elegía de cañas y barro. Barrancos que antes desconocíamos y que discurrían secos recobraron en minutos su función llevándose por delante con virulencia trágica vidas y haciendas. Nada nuevo bajo el sol. El desastre ha sido tal que han parpadeado numerosas luces de alerta: se han publicado mapas donde se especifican zonas inundables cercanas. Muchos han querido comprobar la seguridad del terreno que pisan, por donde circulan o incluso donde viven. Una de las cartas que más se han reproducido estos días ha sido la elaborada por la Red de Información Ambiental de Andalucía, dependiente de la Consejería de Sostenibilidad y Medio Ambiente de la Junta.
Si se observa el documento, los trazos lineales coinciden con cauces de ríos que poseen especial riesgo de desbordamiento; los perímetros de contorno irregular y sinuoso rellenos de azul son las zonas con elevado riesgo de inundaciones. Estos espacios son todo un tratado de historia; de geografía histórica, más bien. En el Campo de Gibraltar destacan cuatro, que se corresponden con otros tantos que en épocas pretéritas no es que fueran también zonas inundables; eran sin más lugares cubiertos por el agua. El más significativo es el contorno completo de la antigua laguna de la Janda, desecada definitivamente en 1969 y que podría llegar a adquirir condición lacustre con prolongadas y severas aportaciones de lluvia. Los otros tres coinciden con la antigua línea de costa de la orilla norte del Estrecho: el paleoestuario de los ríos Jara y del Valle al noroeste de Tarifa, el del Guadiaro a levante y el conjunto del Palmones y el Guadarranque, cuyas desembocaduras confluían en la bahía de Algeciras. No hay que retrotraerse muchos milenios: en época romana, la paleocosta de la bahía coincidía prácticamente con este mapa, ya que el Palmones desembocaba entre la base del Monte de la Torre y el cerro del Ringo. Desde allí, la orilla marina circundaba el cerro Blanco -no olvidemos la toponimia de Portus Albus- y, bordeando la venta del Carmen, enlazaba con el Guadarranque cerca de la Estación de San Roque. Solamente los ingenieros británicos que diseñaron el decimonónico trazado del tren respetaron esta antigua cota y dispusieron la vía por terrenos no inundables. Hoy, polígonos, industrias, aparcamientos, vías y centros comerciales se levantan sobre lo que fue mar.
La historia es la mejor de las maestras; sin embargo, el ser humano no es el mejor de los discípulos.
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