Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
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Las elecciones que se celebran hoy en Cataluña tienen una importancia doble. La primera, obvia, es porque van a determinar el modelo político de una comunidad básica en la configuración nacional. La segunda, porque nunca unos comicios en una autonomía se presentaban con tantas repercusiones posibles en la política nacional. Aun así, las elecciones tienen elementos de normalidad democrática que conviene destacar, a la vista de la evolución de Cataluña desde el fracaso de la intentona separatista de 2017. El más importante es que un partido no separatista, el socialista, figura como favorito, según todas las encuestas. Otra cosa es las posibilidades que tenga luego de configurar una mayoría real de gobierno. Ahí todas las incógnitas están abiertas. Otro elemento definitorio es que el visionario que hace siete años proclamó una república virtual para a continuación darse a la fuga es hoy aspirante a presidir una comunidad autónoma. Además, ha tenido que realizar su campaña desde territorio francés porque su entrada en Cataluña supondría –todavía– su detención. No cabe duda de que las cosas han cambiado mucho en Cataluña y que lo han hecho a mejor. La amenaza secesionista vuelve a ser una quimera, aunque esté en el programa de algunas de las fuerzas que se presentan a las elecciones e incluso podría darse una mayoría parlamentaria que sustentara esta idea. Sean cuales sean los resultados, las consecuencias para Pedro Sánchez van a ser inmediatas. Su mayoría parlamentaria depende de los siete votos que le presta el partido del huido Puigdemont. El comportamiento que tenga a partir de mañana es una incógnita cargada de riesgos. Pero aun con todos estos componentes, las elecciones, a no ser que se produzca un bloqueo, van a suponer una clarificación necesaria.
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