Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
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El patético final de la carrera de Íñigo Errejón, en medio de acusaciones admitidas por él mismo de machismo y abusos sexuales, certifica el fin de lo que hace apenas una década se denominó la nueva política y que logró durante algunos años aglutinar las esperanzas de varios millones de votantes que confiaron en una renovación imaginativa y valiente del sistema bipartidista vigente desde la Transición. Errejón formó, junto a Pablo Iglesias, el núcleo fundacional de lo que fue Podemos, una fuerza que desde la izquierda demostró empuje y logró resultados espectaculares en las elecciones de 2015. En posiciones liberales, pero también con el mismo espíritu renovador, la aparición de Ciudadanos y el liderazgo de Albert Rivera vinieron a confirmar las expectativas de cambio de una España que se empezaba a curar de las profundas heridas de la crisis de 2008. Hoy de aquello no queda nada, apenas la ruina política que significan Sumar y Yolanda Díaz y un Podemos que no deja de ser un partido de mínima significancia situado en el extremismo. Pero no sólo cabe hablar en este caso de ruina política, también de ruina moral. El hecho de que la caída de Errejón venga determinada por hacer todo lo contrario de lo que predicaba en un tema tan sensible para este movimiento como la violencia sexual contra las mujeres no deja de ser una especie de venganza de la Historia. La nueva política se hizo vieja enseguida porque sus dirigentes demostraron una absoluta falta de capacidad para gestionar el depósito de confianza que le habían hecho muchos españoles y, de manera muy significada, muchos jóvenes. El cinismo de decir unas cosas y hacer otras, las peleas internas por encima de las propuestas programáticas y el navajeo inmisericorde entre dirigentes creó un ambiente tóxico que la ciudadanía percibió y que terminó precipitándolos en el abismo. La vergonzosa salida de Errejón constituye un triste final. Pero quizás es el final que se merecían.
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