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La detención de Julian Assange en la Embajada de Ecuador en Londres por la Policía metropolitana de esta ciudad es un paso más en la sistemática violación de los derechos humanos, por las que, hoy por hoy, se trata de cercar la libertad de expresión suspendiendo toda garantía y principio de debido proceso y transparencia al amparo del principio de seguridad nacional en contra del derecho a la información de la ciudadanía. La gravedad del capítulo protagonizado por el gobierno de Ecuador contra el derecho de asilo y protección resulta, a todas luces, más que notoria jurídicamente, máxime si consideramos el informe de Clasificación Mundial de Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras, en la que se constata la normalización de la lógica de eliminación del mensajero.
Siempre hemos sabido que la información es poder, pero solo gracias a Wikileaks hemos podido constatar que Estados Unidos es uno de los principales responsables de la muerte de periodistas en países como Iraq o Afganistán al ocultar la sistemática vulneración de derechos fundamentales en su área de influencia geopolìtica. Una de las conclusiones más evidentes de los estudios sobre las formas de hegemonía en la comunicación internacional es, justamente, la imperiosa necesidad del complejo industrial-militar del Pentágono de imponer y propiciar la devastadora lógica de dominio, o seguridad total, colonizando la esfera pública por medio de la política de las "bellas mentiras" como relato único y verdadero de los acontecimientos históricos. Y ello, incluso, a condición de planificar y producir masivamente programas de terror mediático y militar para cubrir los objetivos imperiales, anulando todo resquicio de crítica y pluralismo informativo. Decía Guy Debord que la cultura de la hipervisibilidad y del espectáculo es la era no de la transparencia sino del secreto. En palabras de Zizek, cuando más alienada, espontánea y transparente es nuestra experiencia, más se ve regulada y controlada por la invisible red de agencias estatales y grandes compañías como Facebook que signan sus prioridades secretas al margen de todo control democrático. El empeño por gestionar la opinión pública no es, sin embargo, reciente. Ya el padre de los estudios de opinión pública en Estados Unidos, Walter Lippmann, calificaba como "lamentable proceso de democratización de la guerra y de la paz" la participación ciudadana, a través de la prensa y el debate público, en los asuntos de interés general que conciernen a la organización del Estado y su política exterior, por lo que, naturalmente, había que procurar fabricar el consenso, impedir la mediatización pública por el vulgo en los asuntos estratégicos que debían definir las élites. La denominada sociedad de la información amplifica, por ello, los dispositivos de normalización de la comunicación como dominio. El principio de seguridad nacional se impone, así, de forma incluso autoritaria, frente al periodismo de investigación en un tiempo gobernado por la política tribal y la lógica atrabiliaria de la derecha punk que, de Reagan a Trump, nos retrotrae a una lógica premoderna de mediación social. En este marco político, Assange representa una nueva práctica del periodismo que democratiza la información. Defender su libertad es defender la democracia en un mundo gobernado por la barbarie. Assange, Manning, Snowden son "casos ejemplares de la nueva ética que corresponde a nuestra época digital". Como espía del pueblo, la autonegación de Assange es la épica del héroe que socava la lógica del secreto para afirmar la publicidad por las libertades públicas y el derecho a tener derechos frente al discurso cínico de la Casa Blanca que Wikileaks ha revelado deconstruyendo, punto a punto, documento a documento, la vergüenza de un orden social arbitrario que vulnera la ley y socava por sistema derechos fundamentales. No es casual, por lo mismo, que, en Ecuador, un gobierno subalterno al poder de Washington, fiel a la Doctrina Monroe, retire el asilo a Assange.
El sometimiento de Ecuador a EEUU, a quien avisó que entregaría al fundador de Wikileaks, en su sede diplomática en Londres, deja en evidencia el juego del poder de un sistema internacional aún anclado en el antiguo modelo del FMI y la política unilateral de hechos consumados del imperialismo del Norte. Quienes hemos participado en la campaña internacional por la libertad del fundador de Wikileaks sabemos que en esta lucha nos jugamos el futuro de la democracia y los derechos humanos. En la era de la videogilancia global, la vindicación de la libertad de información es la protección de todos contra la clase estabilizadora del aparato político de terror que trabaja al servicio del muro de Wall Street. Por ello es preciso defender a Julian Assange. En juego está el derecho a la comunicación y el derecho a tener derechos. Por la Libertad, la Justicia y la Verdad.
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