La tribuna
Estado imperfecto
La tribuna
Una de las imágenes recurrentes del viernes anterior a la declaración del primer estado de alarma fue la de funcionarios y trabajadores abandonando sus oficinas con la histeria y premura de esas escenas de cine en las que los estadounidenses huyen de un Saigón cercado por el Vietcong. Aquel día, el país del presentismo se convirtió al teletrabajo como san Pablo cuando cayó del caballo camino de Damasco. De golpe y cambiando de bando en lo que duró el confinamiento. Pero ese enamoramiento de la modernidad, basado en el hecho incuestionable de que se pudo mantener la actividad económica, empieza a refluir una vez que las condiciones sanitarias permiten la vuelta ordenada a los centros de trabajo y la necesidad de evitar los contagios ya no justifica la pérdida de eficiencia en la gestión de muchas compañías.
La euforia y el miedo nos llevaron a llamar teletrabajo a lo que no era más que trabajar en casa sin planificación previa, ni correcta organización del trabajo, ni contando con los medios mínimos necesarios.
No todo el mundo dispone de un lugar apropiado para trabajar en su domicilio. Colocar el ordenador en la mesa de la cocina y sentarse en una silla de madera con un cojín, bajo la luz de unos fluorescentes y la que entra por la ventana del lavadero, tira por alto todos los avances en prevención de riesgos laborales y ergonomía que se han desarrollado en los últimos decenios. Más, durante el confinamiento, cuando se combinaron las obligaciones familiares y laborales en el limitado espacio de una vivienda y manteniendo el mismo horario de oficina. No teletrabajamos, trabajamos en casa.
Trabajar a distancia aporta ventajas a la empresa, al trabajador y al conjunto de la sociedad. Se evitan desplazamientos con el consiguiente ahorro de tiempo y costes; los gastos generales de las compañías se reducen y en paralelo, aunque pueden aumentar los consumos de suministros para el trabajador, los compensa con otros ahorros. La tecnología permite la realización de reuniones virtuales, conectarse a los servidores de la compañía y enviar y recibir información mediante correo electrónico y otros mecanismos habituales en el día a día de las empresas. Pero también supone algunos inconvenientes. Las relaciones humanas, fundamentales en la creación y gestión de equipos, se deterioran y la incorporación de nuevos miembros a cualquier organización resulta bastante más difícil y compleja. Quienes se fueron a trabajar a casa al inicio de la pandemia eran equipos cohesionados y habituados a trabajar juntos. Algo mucho más difícil de conseguir si la plantilla sólo se conoce virtualmente.
El Acuerdo Marco Europeo sobre Teletrabajo de 2002 lo define como un medio para modernizar la organización del trabajo en empresas y servicios públicos y otorgar una mayor autonomía a los trabajadores. Su principal ventaja reside en las facilidades que ofrece para conciliar trabajo y familia. Pero también es evidente que son pocos y determinados los trabajos que admiten la posibilidad real de teletrabajar.
El teletrabajo exige un cambio radical en el concepto tradicional de las relaciones laborales. Al ser una forma flexible de organización del trabajo en la que el desempeño de la actividad laboral no requiere que el empleado asista regularmente al centro de trabajo, decae el control del empresario sobre las tareas a realizar y sólo puede valorarse el desempeño por los objetivos conseguidos. Por tanto, la organización del trabajo exige una planificación distinta a la conocida hasta ahora. En teletrabajo no hay horarios determinados; de haberlos perdería todo el sentido la ventaja de conciliar trabajo y vida personal. Tampoco existe un control cercano de la actividad ni presencia física habitual. Y ahí es donde hemos fallado y seguimos fallando. La organización del trabajo es imprescindible y, además, debe garantizar la flexibilidad horaria que es el mayor atractivo que el sistema ofrece al trabajador para facilitar la conciliación. Presentar una imagen idílica del teletrabajo en la que todos lo hacemos en la paz de una cafetería, o disfrutando de la brisa, bajo la frondosa sombra de los árboles de un parque mientras los niños juguetean entre macizos de flores, no pasa de ser un anuncio de colonias. El trabajo exige concentración, atención y dedicación. No parece fácil realizarlo en cualquier lugar público y frecuentado.
Para poder implantar el teletrabajo de forma eficiente, es importante estudiar las posibilidades reales de llevarlo a cabo, asumir que no es ninguna panacea y que será imposible dejar de acudir indefinidamente al centro de trabajo. Analizar qué tareas son susceptibles de realizar fuera de la empresa y cuales no; asumir los costes de trabajar en casa en condiciones favorables; disponer de medios, asegurar la gestión de datos -los ciberataques se han multiplicado durante la pandemia- y desarrollar nuevos criterios de selección y procedimientos de trabajo. Por último, será imprescindible formarse de un modo diferente. Igual que el artesano se convirtió en obrero fabril, el trabajador de cuello blanco deberá reciclarse en teletrabajador, con los pros y contras que toda transformación conlleva.
También te puede interesar
La tribuna
Estado imperfecto
La tribuna
Muface no tiene quien le escriba
La tribuna
José Antonio y la reconciliación
La tribuna
‘Piove porco Governo’
Lo último