A Alberto Pérez de Vargas, in memoriam

Nos dejas el legado del saber, de la palabra y del amor a una ciudad que debe estar agradecida a un ciudadano tan enamorado de ella y que ha sabido llevarla como pocos en el corazón y la memoria

Alberto Pérez de Vargas, el matemático que guardó a Algeciras en su corazón, fallece a los 82 años

Alberto Pérez de Vargas, en la presentación del libro 'El Instituto de Algeciras'.
Alberto Pérez de Vargas, en la presentación del libro 'El Instituto de Algeciras'.

29 de diciembre 2024 - 18:09

Algeciras/Comencé a saber de ti cuando yo apenas era un niño.

Allá por 1972 se fundó en Madrid la Casa del Campo de Gibraltar, de la que fuiste un destacado integrante. Se alzó en el número 27 de la calle de Fomento, una estrecha vía que sube desde el flanco meridional de la plaza de España hasta la calle Torija, en paralelo a Leganitos y la plaza de la Marina Española, donde se alza el Senado. Allí, a un paso del convento de las Reparadoras, se asentó una institución que en pocos años alcanzó los trescientos socios y llegó a editar en enero de 1976 una revista que se convirtió en referente de las publicaciones periódicas de la zona: Carteya, que yo leía con la curiosidad del neófito. Dirigida de facto por Mariano Aguilar Olivenza, tuvo una periodicidad mensual y estuvo saliendo regularmente a la calle hasta principios de 1978. En sus páginas, de carácter marcadamente campogibraltareño, publicaron autores como Manuel Natera, Julián Martínez, Juan Ignacio de Vicente, José Riquelme o Manuel Fernández Mota.

Apenas cinco años después, abrió las puertas también en Madrid el Mesón Algeciras en el número 6 de la calle Juan del Risco, otra estrecha vía que desemboca en Lope de Haro, en la parte alta de Bravo Murillo, entre las bocas de metro de Estrecho y Tetuán, toda una conjunción de guiños a un sur al que siempre te sentiste atado con la fidelidad de las pasiones más constantes. Por aquel entonces desarrollabas tu vida académica en la capital, pero en todo momento mostraste tu pertinaz querencia por tu ciudad natal. Recuerdo las habituales tertulias y entrevistas emitidas por Radio Algeciras en las que participabas solapando el magisterio con el amor hacia todos los aspectos de tu pueblo, como solo un trasterrado que asume sus raíces es capaz de hacer. Allí se hablaba de carnaval y de Feria, de toros y de playas, de personajes y de toda una intrahistoria local que tenía en su recordada erizada el día grande en el que se reivindicaba Algeciras en otros paralelos.

No te conocí hasta casi una década después. En 1992 yo era profesor de Lengua y Literatura en el antiguo Instituto de Algeciras, el actual Kursaal. Aquel año se celebraba el cincuentenario del establecimiento de la actividad docente en el edificio diseñado por Trinidad Solesio y como vicedirector, estaba encargado de realizar una serie de actividades conmemorativas del hecho. Se quiso cerrar el curso académico con un acto especial y, siguiendo la sugerencia de Antonio López Canales, compañero de claustro, planificamos el que fue el primer acto oficial de graduación para unos alumnos que aún no eran conocidos como egresados. En los campos traseros de deporte, donde se alzaba el antiguo estadio del Calvario, organizamos una entrega de becas y diplomas que estuvo acompañada de una lección magistral de clausura de curso, para lo que no se me ocurrió mejor conferenciante que tú. Entonces comprobé tu valía intelectual, profesional y humana, a la que se le unió la percepción del amor que siempre has profesado a Algeciras. Aún recuerdo la alegría que mostrabas cada vez que le imponías una banda a una alumna que tenía el nombre de Palma, detalle en absoluto baladí.

A partir de entonces, nuestra relación fue de lo más cordial. Me proporcionaste de tu propio archivo dos fotografías con las que ilustré el libro con el que quise conmemorar el cincuentenario del instituto donde estudiaste -y cuyo nuevo nombre tan poco te gustaba-. En una de ellas apareces una nublada mañana de marzo de 1953 con los pantalones cortos de rigor, bufanda anudada al cuello, chaqueta abierta, gafas de concha y pelo engominado junto a Enrique Muriel, José Manuel de las Rivas, Domingo Infante, Ignacio Pérez de Vargas y José Pérez Martínez en la rotonda central del parque, frente a las copas de unos plátanos sin hojas, robustas palmeras canarias y el tejado cónico de la antigua pajarera.

Alberto Pérez de Vargas, primero por la derecha en el parque, 1953.
Alberto Pérez de Vargas, primero por la derecha en el parque, 1953.

La segunda está tomada cuatro años más tarde, con motivo del viaje de Fin de Estudios que se organizó al concluir sexto de bachillerato. Una clara mañana de junio de 1957 posabas junto a Ramón Cardona, Luis Alberto del Castillo y Pedro Gallardo en la calle Carretería de Málaga, cerca el puente de la Aurora, bajo un cartel donde se lee “Muebles Claudio”. Aquí ya se van dejando atrás los pantalones cortos, aunque no la chaqueta, ni las gafas de concha y la pose desenvuelta muestra la del joven que tiene ante sí un mundo ancho y ajeno que quiere hacer propio.

Alberto Pérez de Vargas, primero por la derecha, en Málaga (1957).
Alberto Pérez de Vargas, primero por la derecha, en Málaga (1957).

Tuve el placer de contar contigo para la presentación de mi libro El Instituto de Algeciras: La enseñanza secundaria pública y la ciudad (1849-1970), editado por la Fundación Municipal de Cultura José Luis Cano. El evento tuvo lugar el 23 de abril de 2010 en el Salón de Actos de tu querido instituto y nos acompañó Inmaculada Nieto, entonces Delegada de Cultura en el Consistorio. Han pasado casi quince años de aquello y durante todos ellos he seguido aprendiendo de ti: de tu columna Campo Chico, que periódicamente ha publicado Europa Sur; de tus entregas de Gibraltar o la tergiversación de valores, cuya VII y última vio la luz hace apenas dos semanas en la misma cabecera o de tu último libro, Algeciras en el corazón y la memoria, que presentaste hace menos de un mes en el Salón de Actos de la Escuela Superior Politécnica.

De forma súbita, con la rapidez de los sucesos más decisivos, te has ido. Nos dejas el legado del saber, de la palabra y del amor a una ciudad que debe estar agradecida a un ciudadano tan enamorado de ella y que ha sabido llevarla como pocos en el corazón y la memoria.

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