Rafael Zornoza Boy

El poder de Belén

La tribuna

10154054 2024-12-24
El poder de Belén

24 de diciembre 2024 - 03:06

La entrada del Hijo de Dios en la historia es la más grande revolución acontecida, como decía Teilhard de Chardin en su Himno del universo. Si tomamos en serio esta verdad, no podemos vivir “sin esperanza y sin Dios” (Ef 2,12). Si el Verbo de Dios se ha hecho hombre, ha cambiado la relación entre Dios y nosotros, el cielo y la tierra, el espíritu y la carne. La vida ha experimentado un giro radical. Desde entonces Cristo nos llama, nos apremia con su misericordia y su alianza de amor. Ha venido al mundo para que podamos encontrarnos con Dios, colmando los deseos más hondos del corazón. Quien se deja encontrar, encuentra la salvación. No defrauda, pues es fiel a sus promesas, si nos dejamos rescatar del lastre del pecado y de actitudes propias de quienes no le conocen ni aspiran a más. Jesús responde siempre a nuestros anhelos, también a los muchos insatisfechos contemporáneos, contaminados de egolatría narcisista y neo-paganismo, asfixiados por círculos de opinión y corrientes intelectuales dominantes, o por las elites de referencia que se mueven en claves decididamente opuestas.

En el corazón de la modernidad, donde aún perviven muchas aspiraciones cristianas, late un afán tan poderoso como controvertido: la creación de un hombre nuevo. Este viejo mito del progreso que ha impulsado revoluciones y moldeado ideologías, se infiltra insistente en los rincones más insospechados de nuestra sociedad tecnológica reciclado en transhumanismo y ecologismo, como si el hombre fuese capaz de reinventarse a voluntad, o de hacerse al menos una promesa de auto salvación, un renacimiento. Se confronta así con una mentalidad asfixiante que –como dice el filósofo francés Fabrice Hadjadj—, “odia la carne, sobre todo la carne humana… (nos gusta más nuestro ordenador que nuestra propia carne)”, poniendo en juego la condición humana. Es la paradoja del hombre nuevo profundamente insatisfecho y naufrago: incluso quienes rechazan la tecnología sueñan con una humanidad «mejorada»; y los que prescinden a priori de la salvación, la anhelan. El mito del hombre nuevo nos obliga, pues, a reflexionar sobre qué significa ser humano y cómo podemos mejorar nuestra condición sin caer en la trampa de dudosas utopías. ¿No sería mejor enfocarnos en mejoras realistas, en lugar de buscar transformaciones ficticias y utópicas, respetando la diversidad de la experiencia humana y los valores que han sostenido a nuestras sociedades a lo largo del tiempo?

En Navidad vuelve a resonar una voz, la del Verbo de Dios, invitando a la verdad y a la libertad. Esa voz hizo su debut al romper la quietud de la noche en Belén. En aquel momento fue la voz de un bebé llorando. Desde entonces, su atractiva persona y su firme palabra han seducido a millares, proyectando sobre el mundo una nueva luz, un amor eterno, un sentido para vivir. A su paso entendemos que, en última instancia, el verdadero progreso humano quizás no resida en la creación de ese discutible hombre nuevo, sino en una comprensión más profunda y compasiva del ser humano tal como es, con todas sus contradicciones y potencialidades. Tal vez la verdadera sabiduría esté en comprender y aceptar mejor lo que ya somos para seguir siendo humanos de carne y hueso, con inteligencia, sentimiento, voluntad y consciencia, con sed de eternidad; y en vivir el drama humano de la historia amando, para construir sociedades más justas y humanas desde esta base de realismo y empatía, sin sacrificar la libertad ni la dignidad individual en el altar de quimeras inalcanzables. Pero, para vivir el drama de lo humano, hemos de creer que Dios se ha hecho carne. Tomar conciencia de ello forma parte de la propia conversión. Un cristiano entiende que cuanto más espiritual es, resulta ser más carnal; y cuanto más se ocupa de lo eterno, más se involucra en la historia. El Eterno entró en los límites del espacio y del tiempo, como un acontecimiento histórico real, para hacer posible «hoy» el encuentro con él, y mostrar la verdad de la vida, conduciéndonos a la libertad. El Verbo de Dios que “se hizo carne y habitó entre nosotros”, trae “paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”, porque abaja su cielo y enaltece lo humano, abrazado por el Eterno. Es el inmenso poder que ejerce Belén en la humanidad desde hace más de dos mil años. La Navidad evoca cuánto nos quiere Dios, responde al corazón y contagia ternura, servicio, compasión, generosidad, amor a la vida real, misericordia y compromiso: una alegría divina, tan profundamente humana, que no puede defraudar.

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