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Yolanda Morato ha publicado un estudio importante sobre “los años ingleses” de Manuel Chaves Nogales. De entre la documentación rescatada destaca una entrevista, tal vez la última del periodista, en la que, entre otras cosas, deja una frase que a buen seguro ha provocado problemas coronarios entre ciertos acólitos del maestro. España, dice Chaves, no es una sino varias. Querer unificarla es matarla… Hay que aceptar el separatismo catalán el separatismo vasco y el “separatismo innato” de todo español. Las palabras de Chaves Nogales parecen aludir a lo que llamamos la constitución material de un país, es decir, a aquella que la constitución escrita ha de respetar para tener una vigencia ordenada. De hecho, el propio autor afirma que este desconocimiento de la pluralidad había impedido a Franco crear un Estado, aunque creo que aquí al sevillano le faltó tiempo para comprobar que, efectivamente, Franco sí creo un Estado. Lo hizo además previa destrucción radical de la cultura política anterior, siguiendo el esquema ortodoxo de toda revolución. La modernidad de Franco fue brutal en el pleno sentido y el Estado franquista se hizo sobre la base de la negación de todo principio de legitimidad anterior. Como testimoniara el viejo Max Abu, en La Gallina Ciega, tras treinta años sin pisar España, nada de aquel país de los años 20 y 30 era reconocible en 1970, consumada lo que Villacañas llama “la revolución pasiva de Franco”. En todo caso, la sentencia de Chaves se ajustaría a la realidad si a la palabra Estado le añadiéramos el epíteto democrático. España no puede ser un Estado ordenado democráticamente al margen de su pluralidad. Así, cuando la democracia vuelve a emerger como principio de legitimación en la Transición, los nacionalismos catalán y vasco de nuevo se expresan electoralmente con rotundidad, a pesar de cuarenta años de dictadura, demostrando su carácter constitutivo. La heterodoxia del pacto territorial en la Constitución, que hace valer derechos históricos, legitimidades plebiscitarias republicanas y consagra asimetrías y asincronías en la autonomía política de nacionalidades y regiones no es sino un reflejo de esa complejidad nacional. Como también lo es, creo, el futuro que han corrido propuestas regeneradoras y liderazgos como el de UPyD o Ciudadanos, surgidos o enquistados en el mero antinacionalismo. Ahora bien, si asumimos que la pluralidad es una circunstancia de la política española, también ha de asumirse el valor de dicha pluralidad en las nacionalidades vasca y catalana. El hecho diferencial no puede significar una patente de corso para que los partidos nacionalistas creen su hegemonía ni la renuncia a que dentro de esos territorios se exprese la identidad nacional española, o, sin eufemismos, el nacionalismo español. Se entiende erróneamente que sólo Vox es un partido nacionalista español, pero eso sólo es cierto si manejamos un concepto parcial del término que asimila el nacionalismo a lo reaccionario. El PSOE y el PP son partidos nacionales que descansan sobre una idea cívica pero también cultural de nación española. La cuestión, a este respecto, es que como entendió bien, de forma sobrevenida, el propio fundador del Partido Popular, en España un partido político no puede ser puramente antinacionalista si quiere ser un gran partido nacional. Un nacionalismo español ambicioso se ha de decir en varias lenguas y ha de asumir que la historia también se expresa en tiempo de Constitución. Por eso las alianzas con Vox, partido que impugna nuestra Constitución territorial, merman de hecho la capacidad del Partido Popular como partido nacional de gobierno a pesar de sus millones de votos. Lo reducen a partido autonómico.
Decíamos que Chaves apelaba a la constitución material de España, al aludir al nacionalismo vasco y catalán. El profesor de Harvard, Laurence Tribe, denomina a esas realidades no escritas que están en toda ley fundamental, la materia oscura de la Constitución. Algo no visible pero que sabemos que está ahí y es fundamental para que la Constitución funcione con normalidad. Hace unos días, el que fuera jefe de gabinete del presidente Sánchez, Iván Redondo, planteaba como forma de integrar a millones de personas y símbolo de concordia, un pacto político sometido luego a referéndum en Cataluña. Resultaba significativo que entre los actores de dicho pacto no figuraba el Partido Popular. Incluso se deslizaba la idea de reformar la Constitución, obviando el propio hecho de que tanto en el Senado como en el Congreso el Partido Popular tiene mayoría de bloqueo. Da la impresión de que, reafirmados en el marco mental pablista de que la derecha no puede volver a gobernar, se pasa por alto que alterar nuestra forma territorial sin el concurso de la principal fuerza del centro derecha no puede ser una fórmula de concordia. Un pacto así impugna la materia oscura, la materialidad, de nuestra Constitución y, como tal, dicho pacto estará condenado al fracaso. Será refutado por algo parecido al “separatismo innato” de todo español.
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