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Merecimientos
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Ysi fuera verdad que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, Venezuela, España, China, Suecia, Suiza...? Con matices, tiendo a pensar que sí.
Simon Leys cuenta en Los náufragos del Batavia que a comienzos del siglo XVII un navío cargado de emigrantes encalló en las costas de una isla desierta. No hubo víctimas y hombres, mujeres y niños se salvaron; pero también se salvó un pequeño grupo de delincuentes que iba camino del destierro y que consiguieron mediante el terror y la violencia dominar al resto de los náufragos. Durante largo tiempo las palizas, los ahorcamientos caprichosos, las violaciones fueron las leyes y el derecho impuestos por la minoría criminal en aquella extraña y atroz colonia. Hasta la llegada de un barco de socorro que detuvo a los tiranos ahorcándolos allí mismo sin mayores trámites. Leys concluye su narración con una inquietante pregunta que puede llevarse a lo universal. ¿Por qué no se alzaron los emigrantes para liquidar a garrotazos al minúsculo grupo que los tiranizaba? Pero Leys reflexiona sobre algo más grave aún, pues esa inhibición colectiva convierte en culpable a la mayoría de los colonos que de esta manera se hace merecedora de su propia desgracia.
Mas dejemos la isla de Simon Leys y pensemos en cosas más recientes: las noticias que nos van llegando desde la Venezuela de Maduro. Una de dos: o bien las elecciones fueron legítimas y el pueblo votó al tirano, o bien se falsificaron las actas; en ambos casos y a día de hoy el pueblo venezolano se hace merecedor de su actual situación pues tiene lo que quiso, o bien la mayoría opositora, por su evidente desunión carece del prestigio necesario para derrocar a Maduro, y Maduro sigue. Por supuesto, cuando hablo aquí de “merecimientos” deben precisarse conceptos como “pueblo”, “mayoría social”, “época” y la mismísima idea de “democracia”.
Pues ¿qué significa pueblo? ¿Qué es la voluntad popular? En una democracia pueblo significa la mayoría contada en las urnas papeleta a papeleta. Mas en otros sistemas (fascismos, comunismo, populismos, bonapartismos y cesarismos de todo tipo) pueblo significa un a modo de ente místico inasible e incuantificable que se expresa por boca de un partido o de un líder encarnación de la voluntad popular. Sin duda, como tantas veces se ha dicho, la democracia es el menos malo de los distintos regímenes políticos posibles, aunque absolutizarla puede llevar, y de hecho lleva, a cometer enormes errores. La democracia no es un bien en sí mismo, sino un medio construido por el hombre (inventado) para la vida en libertad que sí es un bien en sí. Puede haber democracia sin libertad, y las ha habido y las hay, pero no libertad sin democracia. Es en efecto, una equivocación funesta ver en la democracia un valor universal, es decir, válido y factible en cualquier época y para cualquier pueblo. Por eso en el siglo XXI no cabe, en contra de lo que se hace con frecuencia, exigir, por ejemplo, de un país como China el establecimiento de la democracia. Solo un irresponsable abriría hoy las puertas del coloso asiático a las libertades democráticas. Un pueblo cuya Historia de miles de años ha consistido en una permanente lucha del poder político absoluto contra el caos, con más de mil millones de habitantes, decenas de etnias, y multitud de lenguas, solo puede suscistir y progresar bajo un poder centralizado y, en el mejor de los casos, autoritario. El salto a la democracia en China significaría un enorme desastre para China y de rebote para el mundo entero globalizado. ¿Se merecen los chinos este milenario destino? Creo que sí. Igual que los suizos se merecen su centenaria estabilidad, libertad, orden y prosperidad.
Pero China y Venezuela quedan lejos. Si en el siglo XVII se preguntara sobre España la respuesta sería más o menos esta: “Un pueblo de soldados valientes, ochocientos años de lucha contra el moro, la construcción de un Estado moderno, la defensa de Europa contra el turco, la creación de un imperio donde no se ponía el sol”. Esto hicimos, esto fuimos. Luego, la decadencia. Un siglo XIX y buena parte del XX lamentables; solo el paréntesis de concordia, desarrollo y modernidad que supuso la Transición –ahora en inducido proceso de olvido– y las primeras décadas de democracia. ¿Y si entonces fuera verdad la terrible sentencia de Ortega sobre la desvertebrada España? “Los españoles escogemos siempre élites mediocres para vernos representadas en ellas como en un espejo”. Todo se explica.
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