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La Sábana Santa de Turín es uno de los objetos más enigmáticos y venerados del cristianismo. Su origen, envuelto en misterio y tradición, ha generado un intenso debate entre creyentes, historiadores y científicos. Documentada por primera vez en 1353 en Lirey (Francia), existen tradiciones anteriores que la identifican con el Mandylion de Edesa, un lienzo que, según la leyenda, recogía el rostro de Cristo. En 1578, la reliquia llegó a Turín, donde se conserva hasta hoy. Aunque la Iglesia Católica no se ha pronunciado oficialmente sobre su autenticidad, la venera como un “icono” del sufrimiento redentor de Jesús.
Este lienzo de lino, de 4,4 metros de longitud, muestra la imagen frontal y dorsal de un hombre torturado, con signos que coinciden con los relatos evangélicos: flagelación, coronación de espinas, herida de lanza en el costado y marcas de crucifixión. En 1898, el fotógrafo Secondo Pia descubrió que la imagen actuaba como un negativo fotográfico, un hallazgo sorprendente para una época anterior a la invención de la fotografía, que impulsó una avalancha de estudios científicos.
Análisis de polen, tejidos y sangre apuntan a un origen en Jerusalén en el siglo I. Sin embargo, una prueba de carbono 14 realizada en 1988 dató la tela en el siglo XIV. Numerosos expertos han cuestionado esa datación, alegando contaminación por incendios medievales y la posible inclusión de remiendos. Investigaciones más recientes, como el hallazgo de nanopartículas de sangre y bilirrubina, refuerzan la hipótesis de que el cuerpo representado sufrió un trauma extremo, coherente con los Evangelios. La Iglesia, si bien insiste en que la fe no depende de reliquias, promueve la contemplación de la Sábana Santa como un “espejo del Evangelio”. Juan Pablo II la describió como una “provocación a la inteligencia”; Benedicto XVI la vinculó al silencio del Sábado Santo; y el papa Francisco ha subrayado su valor espiritual como signo del amor que vence al mal. Desde hace décadas, diversos investigadores han relacionado a la Orden del Temple con la custodia secreta de la Sábana Santa durante la Edad Media. La historiadora italiana Barbara Frale, basándose en documentos del Archivo Secreto Vaticano, sostiene que los templarios protegieron la reliquia durante más de un siglo. En su libro “Los templarios y la Síndone de Cristo”, Frale cita el testimonio de Arnaut Sabbatier, iniciado en la orden en 1287, quien habría sido llevado a venerar una imagen sagrada besando tres veces los pies impresos en un lienzo.
Frale retoma también las teorías de Ian Wilson, quien en 1978 propuso que los llamados “años oscuros” de la Sábana —cuando no se tiene constancia de su paradero— coinciden con el periodo de custodia templaria. Wilson asoció el “ídolo” que algunos templarios supuestamente adoraban con el rostro impreso en el lienzo, visible solo parcialmente en una urna. Según esta teoría, la Sábana Santa habría sido sustraída de Constantinopla durante el saqueo de 1204 y preservada por los templarios para evitar su profanación. Para Frale, el lienzo era un antídoto contra las herejías, como la de los cátaros, que negaban la humanidad de Cristo.
Un estudio reciente, publicado en 2022 en la revista *Heritage*, ha reabierto el debate. Utilizando rayos X y el análisis de envejecimiento de la celulosa del lino, los científicos compararon la Sábana con tejidos del siglo I hallados en Masada. Los resultados mostraron una total compatibilidad con muestras de esa época, descartando coincidencias con telas medievales. El investigador principal, Liberato de Caro, subraya que la datación por carbono 14 no es fiable sin una limpieza exhaustiva previa, debido a la contaminación de las muestras. A pesar de todo, para muchos el misterio sigue abierto. Para la ciencia, la Sábana Santa sigue siendo un enigma; para los creyentes, un reflejo del Rostro que dio sentido a la historia. Como católicos, no adoramos objetos, pero sí reconocemos en ellos signos visibles del Dios invisible. Más allá del debate científico, la Sábana Santa es un símbolo que conecta con el núcleo de la fe cristiana: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Puede que la ciencia tarde aún en responder todas las preguntas sobre su origen. Pero su auténtico valor está en su capacidad de inspirar fe, esperanza y contemplación. Que este lienzo nos impulse a buscar el rostro de Cristo en la Eucaristía, en los pobres y en los que nos rodean. Porque, sea auténtico o no, lo esencial permanece: “Cristo ha resucitado, y nosotros resucitaremos con Él” (1 Cor 15,20).
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