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Nosferatu, la película de Eggers, sigue con razonable fidelidad la secuencia de hechos y el claroscuro estético que dispone Murnau en su película de 1922. No ocurre así con la interpretación que hace Murnau, a través de su guionista Henrik Galeen, de la novela de Stoker. La película de Murnau sucede en una ciudad de la Hansa invadida por las ratas. El Drácula de Stoker (1896), sitúa sus hechos principales en la ciudad de Londres, donde el conde transilvano espera obtener un vasto surtido de criaturas para aplacar su ansia. También varía Murnau el modo en que la criatura muere. En Stoker muere a manos de sus persecutores en una fortaleza transilvana. En Murnau, el conde Orlok morirá en la inventada ciudad de Wisborg (Lübeck, en realidad), cuando una joven pura, ofrecida en holocausto, se entretenga a la bestia ávida hasta que cante el gallo. Esta misma solución es la que ha adoptado Eggers, con un matiz de importancia, que cambia la intencionalidad de la historia sin modificar la literalidad de sus hechos. Según aduce el conde Orlok, ha sido ella, la joven pura, quien lo ha despertado de algún modo de su secular letargo. Por su parte, la joven confesará que actúa así llevada por su propia naturaleza. Una naturaleza sensual, ávida e impremeditada, manifiesta desde su primera edad, que parece reclamarla desde el fondo de los siglos.
Con este pequeño añadido dramático y conceptual Eggers desplaza el territorio del vampiro a otra zona del imaginario occidental. Nos desliza inadvertidamente al ámbito de la bruja, de la hechicería, de las sacerdotisas paganas. “En otro tiempo, hubiera sido usted una gran sacerdotisa de Isis”, le dice el profesor Bulwer (el primitivo profesor Van Helsing) a Ellen Hutter (Mina Harker en Drácula), antes de que consume el drama. ¿Era esa la intención de Murnau y su guionista, Galeen, cuando idean Nosferatu? Probablemente no; probablemente, la joven señora Hutter se halla más cerca de la pureza trágica del mártir. No obstante, debe señalarse que en ese mismo año de 1922 se ha estrenado la película escandinava Häxan(La brujería a través de los tiempos), dirigida por Benjamin Christensen; y que en el año anterior, 1921, ha visto la luz un ensayo que tendrá un perdurable influjo en la futura concepción de la bruja: El culto de la brujería en Europa occidental, de la antropóloga británica Margaret A. Murray. El motivo de estas líneas no es, en cualquier caso, especular sobre la presencia de la brujería en el Nosferatu de Eggers, a pesar de que una de sus anteriores películas, La bruja, manifiesta un preciso conocimiento del asunto. La cuestión a que nos referimos pertenece al orden de lo sacro. Y en concreto, a la naturaleza religiosa del vampiro. Lo que Stoker escenifica en Drácula es un drama, de orden trascendente, donde se asiste a la persecución de una criatura sobrenatural, acuciada por las innovaciones técnicas del mundo contemporáneo: el telégrafo, el ferrocarril, el rifle de repetición, la psiquiatría, el estenógrafo... Esto es, en Drácula se dramatiza una desacralización del mundo. Un mundo cuyo carácter religioso ha defendido el conde en la frontera oriental, luchando contra la media luna. ¿Es esta condición fronteriza y teológica del vampiro, según lo imagina Stoker, la que llevó a Stevenson a situar su Olalla en el sur de España? No cabe descartarlo. Añadamos que La gaya ciencia de Nietzsche, donde se conjetura que “Dios ha muerto”, es de 1882. Y que es este estrangulamiento de lo numinoso, el “desencantamiento del mundo” del que habla Weber en 1913, el que el vampiro resume en forma de sombra perseguida hasta su cuna de los Cárpatos.
En el Nosferatu de Eggers no se representa esta demolición del edificio teológico del orbe. Se trata, más modestamente, de un puntual regreso de la paganidad (Los dioses en el exilio había escrito Heine en 1853), que se reabsorbe, tras el sacrificio, en el cuerpo intacto de su siglo, dejando a salvo su arquitectura religiosa. Es decir, se trata de una pequeña estampa conservadora, sin la desmesura y la radicalidad de Stoker. Queda preguntarse, en todo caso, por este rebrote de lo trascendente que Eggers, entre otros, manifiesta. Y la respuesta acaso la encontremos en Las brujas y su mundo de Julio Caro Baroja. Ahí escribe el gran antropólogo español: “...la Brujería, tal y como la vamos a encontrar de continuo en los siglos XIV, XV, etc., aumenta en momentos de angustia, de catástrofes; cuando las existencias humanas no solo están dominadas por pasiones individuales sino por miserias colectivas”. ¿Es esta nuestra situación actual?
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