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Al sudeste de la provincia de Córdoba, mientras llegábamos por carretera a la Sierra Sur de Jaén, los pueblos y comarcas de esta zona fronteriza se suceden en las ondulaciones de la campiña olivarera y remarcan, a su vez, las extensiones del agro hasta donde la vista se pierde entre llanadas y montículos. El paisaje agrario confluye en la franja central de la Subbética y uno se pregunta, dejándose llevar, si lo que está cruzando por aquellos lares es el centro geográfico de Andalucía.
Antequera ha ido perdiendo crédito. Gracias a San Google el compasivo supimos que el centro de la región, según un informe geográfico oficial, se halla en la localidad cordobesa de Monturque. Más literariamente, hay quien señala el punto de gravedad andaluz en el santuario de la Virgen de Araceli en Lucena y en la otra ermita, más alta y balconera, de la Virgen de la Sierra, ya en Cabra. Ambos se mencionan, según parece, en el Primer viaje andaluz de Camilo José Cela, libro que no nos avergüenza decir, a estas alturas, que no hemos leído por simple inapetencia.
La apatía por lo que tenemos cercano hace que a menudo no sintamos interés por lo que de pronto, inesperadamente, suscita nuestra curiosidad, como este querer saber con certeza, por ejemplo, dónde se halla el dichoso centro de Andalucía. Mientras transitábamos en coche hacia Alcaudete, el primer pueblo de Jaén que nos traía y cuya razón no viene al caso, la ruta nos confundía a quienes, como yo, tiende a desubicarse en áreas donde casi confluyen a la vez varias provincias en muy pocos kilómetros a la redonda (en este caso Córdoba, Jaén, Málaga e incluso Granada).
Con la sierra de Ahillos como crestón de fondo, en lugares insospechados como Alcaudete, uno se sorprende de que un mero paseo al buen tuntún nos haga recordar, esta vez sí, el poso de lecturas viajeras que ya creímos totalmente desleídas en el recuerdo. Bastó un domingo mañanero de septiembre para que me acordara, mientras andaba por calles vacías y silentes, de distintos pasajes del libro Ayer, de camino, del premio Nobel Peter Handke.
Entre 1987 y 1990, Handke practicó una literatura caminera que lo llevó por países, ciudades y paisajes carentes de todo hilo y propósito común. Viajó incluso por varias provincias andaluzas, entre ellas Jaén. Siempre recordé que Handke concibió su Ensayo sobre el cansancio mientras andurreaba por Linares (en Soria, en cambio, empezó su otro Ensayo sobre el jukebox). De igual modo extraño pero pertinaz, siempre me he acordado también que fue en Espeluy, al ir a alojarse en una pensión, donde observó que la familia propietaria del negocio, reunida al completo, estaba viendo por televisión la película París, Texas de Wim Wenders. Lo que uno retiene de Ayer, de camino no son paisajes inconmensurables ni épica alguna, sino detalles, estrictamente banales, pero que sin quererlo acaban transitando hacia una extrañísimo acomodo donde la acordanza cobra su propia textura como de tapiz.
La torre de Santa María la Mayor y el castillo calatravo, erigido en un cerro por los árabes, acaparan las vistas de Alcaudete. Eché a andar por las calles mudas y en cuesta del barrio en alto. A mi paso los gatos trepaban a las celosías. Se escapaba de los hogares el rumor tristísimo y matinal de alguna que otra televisión encendida y pude oír que los drones del ejército ucraniano habían conseguido bombardear la mismísima Moscú. Las casas ofrecían su estética irregular y a menudo poco conseguida, con cerámicas de la patrona local, la Virgen de la Fuensanta, y otras devociones pasionales de cristos y vírgenes un poco peponas. Si en Ronda Peter Handke se quedó largo rato observando el letrero de la Autoescuela Rilke (en Ronda el bardo bosquejó sus Elegías de Duino), yo me quedé mirando, junto a la calle Alcaudetejo, las letras y el gracioso dibujo de una pareja de bailones que evocaban el sitio en el que estuvo la antigua discoteca Danubio Azul. Hice fotos a varias pintadas que aludían a un tal Kike Macana, no sé si un traficante de la zona, y al que llamaban violador y ladrón de bolsos entre otros piropos.
En lo que Ayer, de camino tiene de suma de aforismos, recordé también lo que Handke, a quien a algunos les resulta ensimismado y soporífero, solía repetir en el libro. Cosas como que la tarea de entre las tareas es la del tiempo, o que el punto de fuga del aliento es siempre la imagen, o que de algunos viajes uno aprende la lentitud, o que mirando la lejanía uno vuelve en sí. En Alcaudete confirmé que hoy todavía uno se ensimisma con nada, como Handke el andariego, y que poco importa ya resultar soporífero o no.
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