Alfonso Lazo

Progres de derecha

La tribuna

9035632 2024-10-14
Progres de derecha

14 de octubre 2024 - 03:06

Imaginemos a don Carlos Marx resucitado callejeando estos días por algunas de las grandes ciudades de la UE; tal vez pensara que se había hecho realidad la sociedad sin clases. Hace poco más de un siglo todavía el traje de los ciudadanos señalaba su estatus a primera vista (el aristócrata, el burgués capitalista, el proletario, el campesino, el joven universitario de clase media), cada uno reconocible por el vestir. Ahora, en cambio, don Carlos no sabría distinguir a los pobres de los ricos; cómo imaginar a la antigua clase obrera yendo al trabajo en su propio coche. Marx descubriría incluso que el dinero ya no existía en la sociedad igualitaria comunista del fin de la Historia: la gente entraba en las tiendas surtiéndose de lo necesario y se iba sin pagar, sólo enseñando una tarjetita de plástico. Y así, de asombro en asombro, Marx quedaría convencido del triunfo universal del socialismo en su modalidad socialdemócrata.

En efecto, la socialdemocracia ganó la guerra de clases pero ese acontecimiento ha producido un hecho paradójico: hoy en la Unión Europea y en buena parte del Occidente desarrollado distinguir entre gobiernos conservadores y gobiernos de izquierdas resulta bastante difícil, mientras a la vez la socialdemocracia victoriosa casi ha desaparecido de la faz de la tierra, su mismo éxito la ha desmovilizado y ha dejado el campo libre a lo que antaño fueron duros gobiernos y partidos de derecha. Por su parte, el comunismo quedó reducido a restos arqueológicos (nada tan patético como Yolanda Díaz pontificando sobre obviedades). El conjunto de las izquierdas es ya una mera autoproclamación. En el siglo XXI las grandes ideas han ido degenerando hasta convertirse en ideologías; poco después de la Segunda Guerra Mundial Kojéve hablaba de “la transformación de la filosofía en ideología”. De esta manera, la desaparición de la izquierda del mundo democrático dejó un vacío ocupado por una progresía que se llama a sí misma “progresista”. Una gigantesca usurpación del concepto de progreso; Auguste Comte pensaba que el progreso era el fruto del orden y, en todo caso, no la práctica del cambio por el cambio que distingue al “progresismo”.

Característica de la figura del progre (gente por lo general acomodada por no decir muy rica) y, frente al antiguo internacionalismo igualitario de la izquierda clásica, hoy la progresía acepta unirse a cualquier nacionalismo de corte separatista en cualquier parte del mundo, asumiendo una idea reaccionaria que escandalizaría a Marx. En suma, el progre siempre al lado de la fragmentación y el desorden novedoso incompatible con cualquier progreso.

Mas hay más. El final de la izquierda clásica ha provocado otra inaudita paradoja: la aparición de una progresía de derechas. Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, parte de la derecha fue haciendo suyo el mito de la superioridad intelectual y moral de la izquierda, una izquierda que en aquellos años de posguerra parecía comerse el mapa entero de Europa. Se trataba de un genuino complejo de inferioridad y miedo reverencial que a partir de 1968 se ha recrudecido en las democracias occidentales. Un fenómeno evidente en el lenguaje de esta derecha que mimetiza en nuestros días expresiones y giros de la progresía: ya no se dice emigrante o inmigrante, sino “migrantes”; tampoco se usa la expresión “resaltar” o “hacer más visible” sino “poner en valor”; ni “simpatizar”, sino “empatizar” (que no es lo mismo); sí en cambio aparecen muchos otros conceptos reproducidos de continuo, vengan o no vengan a cuento, al estilo de “empoderar” o “resiliencia”. Lo que no se encuentra nunca en boca de un progre sea de izquierda o de derecha son referencias al “espíritu”, el “alma” o a “lo espiritual”, palabras nefandas en los ámbitos del discurso obligatorio.

Por tanto, la derecha del presente se pregunta horrorizada qué está pasando, qué es lo que explica la subida constante y aparatosa de nuevos partidos, la huida de votos y simpatizantes desde sus filas a las filas de los llamados “ultras”, sonoro vocablo, por cierto, y de mucho pensar (“Plus Ultra”, “ultramar”, “ultravioleta”, “más allá de”, “al otro lado de”). Y es que siempre se acaba pensando como se habla y si la derecha habla como la progresía es mejor buscar en otro lado. Y, en fin, está el curioso caso de quienes definiéndose de izquierdas han asumido la cosmovisión de una derecha cultural aristocrática, cosa que dejaría a nuestro Marx paseante más desconcertado aún.

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