Alfonso Lazo

Las raíces del mal

La tribuna

7815381 2024-07-21
Las raíces del mal

21 de julio 2024 - 03:09

Lo mismo que prohibimos armarse a los secuaces del capitalismo o los encarcelamos cuando intentan el soborno, le impedimos también toda agitación o propaganda capitalista, y estamos convencidos de que literatura, novela o poesía son un método potentísimo de influir sobre las masas; opinamos que hasta una gran obra de arte puede actuar como un veneno. Por eso reconocemos en la alta cultura una fuerza capaz de mover multitudes de hombres, lo mismo para el bien que para el mal; pues nosotros supeditamos la libertad a la lucha por la emancipación de la humanidad en general. Nunca hemos prometido la libertad en el arte, como tampoco hemos prometido el contrabando de armas o el tráfico de cocaína”. Tal horror escribe el teórico marxista y activista comunista ruso Karl Radek (1885-1939) para justificar la censura impuesta por el poder soviético, la dictadura del proletariado, el pensamiento único y obligatorio. Sin duda una idea grandiosa y coherente en toda su maldad pero que necesitaba para su eficacia permanente ser admitida por la masa, y para ello ser aceptada primero por la intelligentsia rusa que a principios del siglo XX comenzaba a dirigirse a las multitudes. Ya un primer ministro del zar Nicolás I lo había comprendido: “Es más fácil dirigir y manipular a una manada que a un individuo aislado de esa misma manada”.

Y así fue y así es. De nuevo otra idea grandiosa del marxismo soviético: captar primero a los intelectuales, escritores y artistas que inevitablamente arrastran después a la masa ignara. No solo en Rusia. Uno de los fenómenos históricos más llamativos en Occidente ha sido el éxito que desde 1918 a 1989 tuvo la ideología totalitaria comunista entre lo más brillante del mundo intelectual; intelectuales casi todos ellos miembros de la burguesía a la que afirmaban querer aniquilar. En España ante el fracaso rotundo del comunismo internacional sellado con la caída del muro de Berlín y la evidencia de un capitalismo imbatible, sustento hoy de las libertades individuales, hizo que el autoproclamado “progresismo” (la ideología es siempre la degeneración de una gran idea) abandonara su discurso más o menos marxista.

Ahora bien, en nuestra patria y en la actual conyuntura política la alianza formada por la progresía, los restos arqueológicos del comunismo y, con vara en mano, el separatismo, predica desde el Gobierno un igualitarismo a la baja (todos iguales hacia abajo), la negación de cualquier élite, la infalibilidad del materialismo cientifista, el relativismo como moral y, por supuesto, un odio sordo contra el cristianismo. Es el discurso obligatorio que se pretende convertir en unánime. Cualquier referencia a lo espiritual (sea entendida en sentido laico o religioso) se vuelve sospechosa; la libertad de investigación histórica ha quedado prohibida por la Ley de Memoria Democrática y se busca imponer como estilo literario el llamado “lenguaje inclusivo”, tachando toda disidencia de fascista.

Como ya señaló Karl Radek, la más estricta censura en los ambientes del pensamiento y la expresión resulta indispensable para frenar los embates del enemigo (antaño la burguesía capitalista y ahora, según la propaganda electoral del presidente del Gobierno de España, un supuesto fascismo redivivo). Pero, a diferencia de lo que sostenía Radek, en el siglo XXI no son los aparatos de gobierno quienes censuran, no existe en las democracias censura gubernativa alguna, sino que son las mismas multitudes empapadas de corrección política las que determinan sobre el bien y sobre el mal; mas cuando tal cosa ocurre se hace imposible una victoria política de la disidencia en minoría, pues una mentalidad colectiva no se cambia en unas elecciones si antes no se ha ganado la batalla cultural.

Durante la pasada campaña del 9 de junio el presidente Sánchez no se cansó de repetir que ellos estaban en “el lado bueno de la Historia” nadando a favor de la corriente de los siglos. La frase, tomada de cualquier manual escolar de doctrina marxista, no aclara sin embargo si esa corriente, y por lo que se refiere a Europa, fluye hacia el pleroma o a despeñarse por el abismo. En todo caso y a día de hoy la concordancia de la política gubernativa con el lenguaje obligatorio del común puede asegurar a Sánchez un indefinido poder, algo más que posible si la derecha consuetudinaria no encuentra un nuevo y osado discurso que le asegure la iniciativa en la batalla de la cultura que se viene librando desde 1968.

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