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La creencia de que la inteligencia o la actividad intelectual se transmite de generación en generación de forma binaria, casi programada a nivel cerebral, o de que los factores hereditarios de los progenitores serán un vínculo de influencia genética en el devenir de los vástagos, es una teoría extendida en la sociedad y afirmada con cierta vehemencia en los núcleos familiares. Pero, ¿qué pasa cuando aplicamos esa herramienta llamada ciencia? ¿Es cierto a nivel empírico la evidencia de la fortaleza del componente hereditario?
Para entender como se interrelacionan ambas fuerzas, la ciencia y los investigadores han analizado muestras genéticas de hermanos gemelos, hermanastros, hermanos de mismos padres e incluso de hijos adoptados y han comparado su compatibilidad genética con otros miembros de la familia. Tras varias décadas de investigación, los expertos han demostrado que, efectivamente, nuestros genes influyen en el éxito académico. Así lo afirma un estudio realizado por Xataka para Scientific Reports la sobre la influencia genética y la heredabilidad, es decir, los rasgos genéticos.
El resultado obtenido es que este éxito académico de que hablamos está formado por un 50% de nuestra herencia. Es más, los estudios que han analizado estos factores concluyen que muchos los heredamos de nuestra genética. En concreto, las pruebas GCSE (General Certificate of Secondary Education) registraron que un 75% de la heredabilidad está formada por la salud mental, la inteligencia y la personalidad.
¿Cómo lo han hecho? La idea de elegir la combinación de hermanos con sus progenitores y mezclar el componente del entorno en el caso de los adoptados es analizar la influencia de otros factores como el entorno o la educación en comparación con la predominancia de la genética. El estudio demuestra que la mayor similitud del cociente de inteligencia se da entre hermanos que tienen la mayor concordancia genética y, aun más, si comparten el mismo ambiente.
Este hecho crece de manera exponencial llegada la adolescencia, cuando florece la independencia, en la que el porcentaje de heredabilidad se eleva al 80%. De hecho, las pruebas testadas en gemelos idénticos, incluso siendo criados en entornos separados, contestan los test de inteligencia como si los hiciera la misma persona mientras que los adoptados en el mismo hogar lo hacen como si fueran dos extraños, sin ninguna conexión entre ellos. La conclusión es sencilla: el coeficiente intelectual de un adulto no variará en función del entorno en el que se desarrolle, aunque las posibilidades cultivadas de hacerlo en un buen ambiente sean un factor también influyente en el camino del éxito. Pero éstas últimas son igualmente eficaces y parten de las mismas posibilidades para desarrollar la inteligencia, mientras que las primeras se convierten en innatas (e incluso crecerán si se le añade un factor de esfuerzo y cultivo).
¿Y por qué es esto así? ¿Por qué el poder del ambiente para modelar el cociente de inteligencia se desvanece y las influencias genéticas aumentan según el niño va siendo más independiente? La variabilidad en lo hereditario lo explica. Hay ciertos factores, tanto físicos como genéticos, que vendrán preestablecidos y se mantendrán inalterables, pese a que estos puedan variar su proporción si se estimulan.
Sin embargo, no hay que olvidar otros factores como los ambientales, la educación y las habilidades interpersonales que desarrollemos a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, estas determinarán más el éxito que la inteligencia. Por ello, los países no desarrollados tienen un componente de heredabilidad con respecto a factores como la inteligencia más bajos, se da una combinación entre lo ambiental y lo genético.
Como ya hemos mencionado, la influencia de otros factores como la naturaleza o la educación también juegan un papel fundamental, y exitoso, en ambos sentidos. Cuanto más brillante sea un individuo gracias a su dotación genética, más efecto tendrán otros factores a lo largo de su desarrollo vital. Pero cabe destacar que, en algunos casos, cuando no existe esta predisposición, estos componentes no resultarán efectivos. todos los casos.
Como indica José R. Alonso, neurobiólogo y catedrático de la Universidad de Salamanca, ''dado que la habilidad de una persona para exprimir el ambiente en el que le ha tocado vivir está determinada por los genes que atesora y dado que una atmósfera familiar mejor no produce un incremento general en el cociente de inteligencia, no es sorprendente que los intentos bienintencionados para elevar los cocientes de inteligencia de una parte de la población desfavorecida mejorando el nivel de los hogares o las escuelas de esa población hayan concluido en cierto desánimo''.
Alonso apunta que si ha habido resultados efectivos o, al menos, positivos en las intervenciones tempranas ''reduciendo entre otras cosas los porcentajes de embarazos adolescentes, la delincuencia y el abandono escolar''. Además, si nos referimos a otros factores emocionales o referentes a habilidades adquiridas, se pueden lograr grandes resultados, incluso mejores que en personas con altos coeficientes. De hecho, hasta un 70% del éxito de los mejores jefes se debe a la capacidad de autoconocimiento y a la gestión personal, aunque también pesa el conocimiento y la influencia hacia los demás.
Por lo tanto, ser exitosos es una meta más al alcance de todos, puede estar en nuestras manos y se puede combinar con educación, estimulación y acción temprana. La inteligencia es, en gran medida, cosa de genética.
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