Carteia: la leyenda del pulpo ladrón de salazones que llegó hasta Roma
PATRIMONIO I ARQUEOLOGÍA
Los nuevos hallazgos arqueológicos han confirmado la existencia de un monumental conjunto industrial salazonero con varias fábricas hasta ahora desconocidas
Los investigadores, entusiasmados con los descubrimientos del último mes, lamentan que Carteia siga siendo una gran desconocida a pesar de su trascendencia histórica, política y comercial
La fábula recorrió todo el Imperio, desde el Estrecho de Gibraltar, donde terminaba el mundo conocido, hasta Roma. Un pulpo gigante, con la cabeza del tamaño de una tinaja capaz de contener quince ánforas y ventosas como orzas semejantes a un lebrillo, robaba, cada noche, los viveros de Carteia, arrasando las salazones.
Lo descubrieron los perros de los guardianes, pero el cefalópodo, por entero untado de salmuera, los hizo huir con su aliento terrible, azotándolos varias veces con los extremos de los tentáculos. Con enorme trabajo y valor, se lo pudo matar a fuerza de tridentes. Su descomunal cabeza fue expuesta en Carteia y el resto del cuerpo, que se guardó por curiosidad, pesaba setecientas libras. El naturalista Trebio Níger aseguró que, en aquellas playas, entre el Atlántico y el Mediterráneo, el mar arrojaba también sepias y calamares de la misma magnitud.
La imagen del pulpo legendario, cuyas cacerías llegaron a oídos de Plinio el Viejo, es ahora el emblema del Proyecto Scomber de la Universidad de Cádiz, cuyo objetivo consiste en rastrear los orígenes de las producciones salazoneras romanas en el litoral gaditano. Su actual destino es Carteia. El investigador principal, José Ángel Expósito Álvarez, al igual que todo su equipo, viste una camiseta con el cefalópodo serigrafiado en la espalda.
“Carteia es la ciudad romana que históricamente más se ha vinculado a las salazones de pescado”, explica José Ángel Expósito mientras señala la última pileta descubierta en terrenos sanroqueños. Los nuevos hallazgos arqueológicos han confirmado la existencia de un monumental conjunto industrial salazonero con varias fábricas localizadas extramuros, un sector subsidiaro de la urbe “pero que no por ello deja de ser uno de los que más lustre confería a la ciudad, al otorgarle la reputación por la que ha sido perpetuada en las fuentes clásicas”, indica el arqueólogo marino.
“En época romana, la parte de Carteia más próxima a la playa y hasta la desembocadura del Guadarranque, estaba llena de fábricas de salazón”, cuenta Expósito. Por el momento, han sacado a la luz tres pequeñas factorías dentro de aquel gran barrio dedicado a la pesca y a los recursos marinos. Piletas, salas de despiece, elementos de captación hídrica y almacenes, además de elementos coligados a la pesca como anzuelos y agujas de coser redes, ánforas y otros recipientes asociados a la distribución de los productos manufacturados, han sido encontrados en Carteia a lo largo de septiembre, un mes especialmente intenso para el equipo de Scomber.
Lo que más se producían y exportaban eran salazones, de atún y otros pescados grandes, y salsas de pescado, el famoso garum preparado con vísceras fermentadas que servía como potenciador del sabor, igual que en los otros dos principales enclaves salazoneros del Estrecho: Baelo Claudia y Iulia Traducta. “Cuando en Roma mencionan el Estrecho de Gibraltar, casi todas las referencias pasan por Carteia. Eso nos sorprenderá porque estamos acostumbrados a escuchar hablar de Baelo Claudia, Gades y algún otro sitio relacionado con la pesca, pero la realidad es que las grandes referencias mencionan esto” y Expósito enumera algunas citas de exploradores y científicos romanos que alababan el desmesurado tamaño de los congrios de Carteia o sus cañaíllas.
“La unión con el mar es inquebrantable. Las monedas de Carteia tienen grabados proas, timones, delfines con tridentes, la figura de Neptuno e, incluso, pescadores con caña”. El investigador, natural de San Fernando, destaca esta singularidad pues lo habitual en otros lugares del Imperio era que las monedas se acuñaran con el perfil de algún dios o emperador. “Curiosamente, hasta ahora nadie se había interesado por algo tan crucial para la historia de Carteia como las factorías de salazón”, explica Expósito que no comprende que, en el pasado reciente, no se hayan emprendido excavaciones ahondando sobre este asunto. Ésa es ahora su misión. Y casi su obsesión.
El arqueólogo Julio Martínez Santa-Olalla fue el último que investigó parcialmente el barrio salazonero en los años 50 del pasado siglo. “Desde entonces, no sabíamos nada ni de su cronología ni de su extensión”, revela Expósito a la vez que se acerca a los últimos sondeos planteados por su equipo. A diferencia de las vecinas fábricas de salazón de Iulia Traducta -en la algecireña calle San Nicolás-, de gran tamaño y pertenecientes a un mismo propietario, las de Carteia son notablemente más pequeñas, muy numerosas y de distintos dueños.
Los arqueólogos miden la producción de la fábrica a través del tamaño de las cubetas situadas a ambos lados de un pasillo central perfectamente visible bajo una fina capa de tierra. Todavía no han tenido oportunidad de documentar el fondo de las piletas, donde a veces los investigadores encuentran restos de garum. “Si no nos diera tiempo ahora, tendríamos que tapar la excavación con telas y esperar hasta la siguiente campaña para seguir desde donde lo hemos dejado”. Expósito calcula que eso podría suceder entre mayo y septiembre de 2023.
“La Junta de Andalucía nos da permiso para excavar a lo largo de un año con unos objetivos determinados” aclara el director del Proyecto Scomber. “Pero también tenemos que encajar nuestras clases en la Universidad -muchos de los investigadores sobre el terreno son también profesores-, otros proyectos paralelos, la meteorología favorable, la disponibilidad de los colaboradores...”, un verdadero rompecabezas que explica que las excavaciones se concentren en campañas de tres o cuatro semanas. “Cuando nos vayamos de Carteia, pasaremos a analizar los materiales hallados que nos darán pistas para los futuros sondeos”, añade Expósito.
A propósito de estos vestigios pendientes de documentar, una de las piletas se encuentra abarrotada de ánforas en un excelente estado de conservación. Ya han encontrado dieciocho. Dos jóvenes arqueólogas juntan los restos con esmero al borde de la cubeta. Creen que fueron producidas en el entorno del valle del Guadalquivir. El comercio de las producciones conserveras se articuló como el principal motor económico de Carteia. No obstante, este empuje iba de la mano de un intenso dinamismo de aquellas actividades interrelacionadas con las cetariae, como la pesca, la producción salinera y, por supuesto, la alfarería.
Sobre la cronología, José Ángel Expósito aún alberga dudas. “Calculamos que estas fábricas se abandonaron a finales del siglo I d.C. o a principios del siglo II d.C.”, aunque añade que, antes de excavar, creían que estuvieron funcionando hasta el siglo V. “La mayor parte de las factorías romanas documentadas hasta el momento surgen entre época augustea y la primera mitad del s. I d.C. Las de Carteia son muy adelantadas”.
Sobre los motivos del precipitado cese, barajan varias posibilidades. “Puede deberse a simples cambios de producción o de dueño. Otros investigadores no descartan algún evento sísmico, como una ola de gran intensidad o una tormenta tremenda”, son algunas de las causas que podrían explicar que estas fábricas de salazón en Carteia se sellaran en época tan temprana. “Hay muchos datos que todavía se nos escapan”, confiesa Expósito con una sonrisa ante los interrogantes que deberá resolver en los próximos meses.
“Lo que te pide el cuerpo es no esperar hasta la siguiente campaña y seguir desenterrando”, reconoce Expósito ante la tentación de los nuevos datos que obtendrá excavando apenas diez centímetros más. Aunque, de inmediato, templa su curiosidad: “Pero hay que saber medir los tiempos”. El raigambre, en cambio, de un pino plantado en mitad de los sondeos de la pesquería no espera. El árbol centenario lleva una excavación paralela a la de Scomber sin contar con los plazos ni calendarios dictados por la Junta de Andalucía. Sus raíces han sacado a la luz docenas de cañaíllas (murex brandaris). “Quizá aquí, junto a los salazones, también se producían tintes”, augura el investigador. “Los romanos cortaban el extremo de las glándulas branquiales y así extraían el colorante púrpura” con el que después teñían sus vestimentas más preciadas.
Carteia: la gran desconocida
Además de la colaboración del Área de Arqueología de la Universidad de Cádiz, una subvención procedente del Plan Nacional de Investigación Científica, Técnica y de Innovación ha permitido que José Ángel Expósito y su equipo estén descubriendo los tesoros de la parte de Carteia más cercana al mar. Llama la atención, sin embargo, lo desconocida que sigue siendo Carteia frente a otras ciudades romanas como Baelo Claudia.
“Baelo es como una perfecta ciudad en miniatura”, responde Expósito. “Y, sobre todo, con un paisaje idílico a su alrededor. Es fácil enamorarse de un sitio así, a pie de Bolonia”. El investigador hace una pausa y contempla la interminable chimenea de la central térmica. “La realidad es que Carteia era tres veces más grande que Baelo Claudia y mucho más trascendental a nivel histórico, político y comercial. Pero estar rodeados de refinerías, no ayuda”, resume. Carteia es, literalmente, un oasis en medio de un paisaje infernal.
“Para nosotros este proyecto es interesantísimo”, admiten desde Scomber. “Además, los niveles de conservación son muy altos” y, como muestra, José Ángel Expósito, con la silueta del enorme pulpo a la espalda, enseña el pavimento de la fábrica, que parece recién construido. “Nuestro objetivo es la investigación. Por fortuna, aquí no van a construir una calle o un edificio que nos obligue a ir corriendo. Todo lo contrario. Estos hallazgos hay que exprimirlos al máximo y que reviertan en conocimientos para el enclave arqueológico”. Para ello, plantean dar charlas o, incluso, una reconstrucción del espacio y sus edificios mediante la utilización de escáneres 3D. Así, cuando la gente visite Carteia, descubrirá, al fin, su rica industria pesquera y sus históricas fábricas de salazón: las más grandes de Andalucía.
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