Carteia: del patrimonio y su utilidad

TRIBUNA

Los yacimientos arqueológicos son los pilares que sostienen nuestro pasado, nuestra herencia

Carteia languidece en el viejo solar de la Bahía

La escalinata monumental del Foro de Carteia, en San Roque. / E.S.
Margarita García Díaz - Arqueóloga y ex coordinadora de Carteia

23 de marzo 2023 - 16:49

Sé que alguna gente se pregunta para qué sirven los yacimientos arqueológicos, qué gracia tienen unas ruinas medio enterradas, o los restos de muros y estructuras casi destrozados por el paso del tiempo. Hay gente que incluso los ven como una molestia, como algo que impide el progreso y que afea nuestras ciudades, campos y playas y que lo que mejor que se puede hacer con ellos es sustituirlos por obra nueva, negocios de hostelería o aparcamientos. Pero también sé que son mayoría quienes encuentran placer en el contacto con los vestigios del pasado, que consideran emocionante circular por espacios o contemplar escenarios que fueron el telón de fondo de esa otra gente que nos precedieron; lugares cubiertos con la pátina que la historia deposita sobre los objetos y rincones donde la vida ha transitado dejando su huella imborrable en la tierra, humanizando la geografía, domesticando y transformando la casa común, empujando a la civilización.

Y es que de eso se trata. El patrimonio arqueológico es el diario conjunto en el que han escrito los pueblos y por eso los enclaves resultan tan entrañablemente cercanos. Por eso se produce ese reconocimiento en las formas y en los fondos, por eso esa complicidad a través de los siglos en la que podemos reconocernos en los impulsos básicos que han generado las transformaciones tecnológicas, sociales, económicas, políticas, ideológicas, artísticas… Ese caldo de cultivo en el que, para bien, o para mal, se ha ido cociendo la humanidad. Junto con los textos, escritos sobre cualquier soporte y que, los que están es papel se guardan en esos santuarios que son los archivos, ambos son los pilares que sostienen nuestro pasado, son nuestra herencia que, aunque no queramos, recibimos, ya que su legado lo llevamos tatuado en nuestra forma de estar en el mundo.

También se habla del patrimonio como una rémora desde el punto de vista de la rentabilidad, siguiendo esos dos mantras del capitalismo: el crecimiento económico y el beneficio a los que se quiere someter a todo, desde una concepción de los bienes como fuente inagotable de dinero. Los ejemplos que niegan que estos principios nos son aplicables al patrimonio son tantos que no caben en este escrito, pero se me ocurre pensar en cuánto vale Altamira, a cuánto se cotizan los dólmenes calcolíticos, en cuánto podemos tasar las pirámides de Egipto, cuál sería el precio del acueducto de Segovia o de la mezquita de Córdoba… Bueno, de esta sí sabemos el precio, la Iglesia española se la immatriculó por 30 euros.

Desde luego, pensar en el patrimonio en términos de beneficios económicos es pensar, no en el bien en sí que, cuanto más antiguo, peor estado de conservación tendrá y, por tanto, mayor será su fragilidad y sus exigencias, sino en lo que se puede generar en torno a él. Y para eso es indispensable conocerlo a fondo para explotar todas sus riquezas. De ahí que la investigación científica vaya paralela a cualquier monumento o cualquier resto. Esto significa excavar, documentar, analizar, comparar, catalogar…para poder reconstruir todo lo que el sitio nos está diciendo y, por otro lado, la concurrencia de numerosas especialidades de la ciencia como la arqueología, la historia, la geología, la física, la química, la genética, la antropología, la documentación histórica... Todas estas disciplinas deben ayudarse, además, de técnicas y trabajos relacionados con la gestión, la restauración, la puesta en valor, la difusión, la didáctica, la interpretación, el diseño y todas las posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen para la recreación y la comprensión del bien.

Y ahí sí que podemos hablar ya de beneficios, de creación de empleo, de visitas, de ventas, de publicaciones, de dinamizaciones, de teatralizaciones, de merchandising, de acoger eventos culturales, de celebrar congresos y exposiciones y de todo aquello que no ponga en riesgo el enclave y que sirva para que los contenidos y los valores que el bien encierra, sean disfrutados por la ciudadanía. Obviamente, ello genera un contexto en el que pueden prosperar negocios de muy diversa índole. Es lo que muchos llaman las industrias culturales ya que, bien gestionado, un yacimiento, se puede convertir en un motor de desarrollo local. No tenemos que irnos muy lejos, pensemos en la ciudad de Baelo Claudia, aunque ella tiene la enorme suerte de localizarse en un verdadero paraíso.

Yacimiento arqueológico de Carteia, en San Roque, / Jorge del Águila

Pero aquí no queda todo, el valor intrínseco del patrimonio es que en él se guardan las esencias del pasado, es la materia prima de la que está hecho nuestro legado y, reconstruirlo, significa entender el devenir de los pueblos, hallar las claves de la evolución de la civilización. Podemos decir que cada uno de los elementos patrimoniales de una localidad, de una comarca, de una región, son como las piezas del puzle que nos permite conocer los acontecimientos pretéritos y hallar así explicaciones para la realidad del hoy y de nuestros comportamientos actuales. A partir del estudio del patrimonio conseguimos, por tanto, por un lado, comprender los cuándos, los porqués y los cómos que nos han guiado hasta nuestros días y, por otro, aceptarnos e identificarnos como seres sociales, como miembros de una colectividad, sentirnos partícipes de una comunidad, de afrontar el porvenir desde la firmeza y la seguridad de saber quiénes somos. Y, al igual que para muchas personas que desconocen a sus padres biológicos es fundamental localizarlos y saber cuál es su filiación, también para los pueblos no es viable el futuro si no saben de dónde vienen. La ausencia de pasado, no lo duden, produce marginación.

Lógicamente, también para muchas personas, el conocimiento y la presencia de yacimientos y monumentos significa un enriquecimiento intelectual y un disfrute estético, sin olvidar que los contenidos históricos son insustituibles en la educación y la formación en la infancia y la juventud. Y hasta puede significar una victoria como ciudadano o ciudadana poder disponer de unos bienes accesibles y entendibles lo que, indudablemente, es señal inequívoca de vivir en una sociedad avanzada y de progreso, una sociedad de respeto, justa y culta. De lo que no les quepa duda, es de que la conservación de nuestro patrimonio y el conocimiento del pasado, promueve un futuro mejor.

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