Los testimonios sobre el guardia Salvo
LA GUARDIA CIVIL EN SAN ROQUE (LVI)
Diferentes personas ofrecieron su versión sobre la actuación del sanroqueño en los sucesos de Casas Viejas
En el expediente instruido al guardia civil de San Roque Pedro Salvo Pérez por Orden General del Cuerpo, de 5 de abril de 1933, “en averiguación de los méritos contraídos por el mismo, el día 11 de Enero de 1933, con motivo del movimiento revolucionario de Casas Viejas, en la defensa de la Casa-cuartel”, declararon otros miembros del benemérito Instituto y algunos vecinos del pueblo. Su contenido fue difundido en una orden circular de 10 de mayo de 1935 firmada por el ministro de la Guerra, José María Gil-Robles Quiñones.
Después del testimonio del guardia 2º Manuel García Rodríguez, recogido en un capítulo anterior, el siguiente fue el sargento Rafael Anarte Viera, comandante de puesto de Alcalá de los Gazules y concentrado en esa fecha en Medina Sidonia, en previsión de ateraciones de orden público. Relató como cumpliendo órdenes del teniente Manuel Martín Pedré, al tenerse noticias de que algo grave estaba sucediendo, marchó a Casas Viejas al frente de once guardias civiles en dos vehículos.
Al llegar observaron que “parecía existir gran agitación, circulando bastantes grupos de individuos por las calles del mismo armados en su mayoría con escopetas, por lo que dividiendo la fuerza que le acompañaba en varios grupos y procurando aprovechar los accidentes del terreno, que el declarante conocía perfectamente por haber estado mandando aquel Puesto varios años, fueron avanzando lentamente, teniendo necesidad de repeler con las armas las agresiones de que eran objeto por parte de los revoltosos”.
Tras diseminarse éstos, pudieron llegar a la plaza donde estaba el acuartelamiento. Los dos supervivientes abrieron la puerta y le informaron del ataque sufrido en el que les “habían hecho gran número de disparos (cosa que pudo comprobar el dicente)”. Comprobó el estado del sargento comandante de puesto y el tercer guardia 2º, “ambos sin conocimiento y arrojando sangre por la cabeza”. Dispuso que se avisara a un médico para que les hiciera una primera cura y fueran evacuados al hospital. Seguidamente, y al frente de sus hombres, prosiguió en el “restablecimiento del orden en el pueblo”.
A continuación prestó declaración el guardia 2º Juan Sánchez Gómez, destinado en el puesto de La Línea de la Concepción y anteriormente en San Roque. Además de manifestarse en términos similares al sargento Anarte, precisó que cuando llegaron al cuartel, “todavía disparaban contra éste por la parte posterior”. También dijo que quien les abrió la puerta de la casa-cuartel fue el guardia 2º Salvo y que acompañó a éste a casa del médico para que atendiera a los heridos.
En términos similares declaró el guardia 2º Salvador Rodríguez Serón, también destinado en La Línea, afirmando que Salvo había demostrado “un gran espíritu y un valor sobresaliente”. Poco podía sospechar entonces que tres años después, una vez triunfó la sublevación militar en su localidad, desertaría y huiría a la colonia británica de Gibraltar para desde allí pasar vía marítima a Tánger y después a Málaga, con el fin de incorporarse a las filas leales al gobierno de la República. En febrero de 1937, tras ser ocupada dicha ciudad, sería detenido, juzgado y condenado a muerte en consejo de guerra, cumpliéndose dicha pena y dejando dos huérfanos de corta edad.
En términos parecidos se expresó el guardia 2º José Vázquez Soler. El teniente Martínez Pedré, que era el jefe de la línea de Medina Sidonia, a la cual pertenecía el puesto de Casas Viejas, si bien no llegó a presenciar los hechos, estimó por la información recabada que el guardia 2º Salvo, “procedió como lo requería el cumplimiento de su deber y demostró al propio tiempo una decisión y un arrojo merecedores del más alto premio”.
También prestó declaración el capitán Enrique Reula Gómez, jefe de la Compañía de San Fernando, que encuadraba a las dos unidades anteriores, manifestó que tampoco había estado presente pero respecto a Salvo quiso “hacer constar el buen concepto que el mencionado guardia le ha merecido durante el tiempo que a sus órdenes ha estado”.
Seguidamente declararon algunos vecinos. El primero fue José Vela Morales, uno de los principales terratenientes del lugar. Relató “que la fuerza a su juicio no pudo portarse mejor de lo que se portó, pues estuvo resistiéndose toda la mañana, manteniendo a raya a los revoltosos, por lo que se comprende que lo que querían era acabar con los guardias por la tenacidad de no dejar de tirar sobre el cuartel, y como sólo eran cuatro y el número de revoltosos era muy superior, no podían salir del cuartel y desde luego con su resistencia tuvieron entretenidos a los revoltosos toda la mañana, dando tiempo a que viniesen las fuerzas de Medina en su auxilio y del pueblo, pues si los revoltosos hubieran tomado el cuartel, no se sabe lo que hubieran hecho con el resto del pueblo”.
El segundo paisano al que se tomó manifestación fue al médico Federico Ortiz Villaumbrales, a cuya casa fue a buscar el guardia 2º Salvo para que atendiera a los heridos. Declaró que al escuchar los primeros disparos se asomó a la ventana, viendo “numerosos grupos que, armados con escopetas y otros con palos, hacían disparos sobre el cuartel desde donde los guardias se defendían y tiraban desde las ventanas, y como corría el declarante peligro, no pudo observar más en los primeros momentos”.
En relación a la atención facultativa que prestó, “curó de primera intención al sargento Manuel García Álvarez de una herida de arma de fuego en la región frontal, sin orificio de salida; al guardia Román García Chuecos, de una herida en un ojo, con pérdida del mismo, ambos de gravedad, tanta, que fallecieron días después en el Hospital de Cádiz; al guardia Pedro Salvo Pérez, de una herida leve en una pierna, de posta, y al guardia Manuel García Rodríguez, de ligera contusión en una mejilla”. No pudo concretar la intervención de cada uno de ellos, pero que, “en conjunto, la apreció todo el pueblo, pues si ellos no hubieran resistido como lo hicieron en el cuartel, porque no podían salir dado el número de revoltosos, nadie sabe lo que hubiera pasado en Casas Viejas, pues ya habían asaltado las tabernas, encontrándose algunos embriagados y su empeño era el de dominar y hacerse dueños del cuartel”.
El siguiente en prestar declaración en el expediente de Salvo fue el alcalde pedáneo de Casas Viejas, Juan Bascuñana Estudillo. Puso en valor al difunto sargento ya que cuando los insurrectos le obligaron a ir a la casa-cuartel para que se rindiera le contestó “que no se entregaba mientras tuviera vida”. Dicho suboficial también le pidió que llamara a Medina para pedir refuerzos pero no fue posible ya que habían cortado la línea telefónica del pueblo.
El último al que se tomó manifestación era un vecino muy respetado en la población llamado Juan Pérez-Blanco Estudillo, comerciante y copropietario de la fábrica de electricidad. Vivía en la misma plaza donde estaba la casa-cuartel y al iniciarse el tiroteo se encerró con una escopeta hasta que finalizó. De los guardias civiles dijo que “se defendieron de un pueblo levantado y en revolución, lo que considera de un mérito extraordinario”.
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