El piano suena flamenco en manos de Rosario Montoya y Diego Amador

V Bienal de Arte Flamenco Canela de San Roque

La Reina Gitana despliega sus sentimientos con palos festeros y hondos

Sorprende con el cante del jerezano David Carpio, que cerró su actuación

Diego Amador deja sobre el escenario del Juan Luis Galiardo toda su impronta gitana y flamenca

Diego Amador cantando y tocando el piano en San Roque
Diego Amador cantando y tocando el piano en San Roque / VANESSA PÉREZ

San Roque/La noche en San Roque fue para apreciar el piano con sonido flamenco, en ambos casos educado en la escucha y gitano siempre, perfeccionado con el conocimiento de conservatorio, como lo hizo Rosario Montoya, La Reina Gitana, y cultivado en la libertad y el respeto, con la fusión del jazz y de grandes artistas, hundido en las hondas, ricas y variadas raíces de los Amador, como lo hizo Diego Amador. Ella de Jerez, del barrio de La Asunción; él de Sevilla, de las 3.000 viviendas. La V Bienal de Arte Flamenco Canela de Flamenco avanzó en su segundo fin de semana, de los tres en los que se desarrolla.

La Reina Gitana arrancó por bulerías de Jerez con la fuerza y el ritmo que imprime a sus interpretaciones, arropada con el cante y palmas de Sandra e Isa Fernández y palmas de Javier Peña, con la guitarra de Rubén Martínez, percusión de Rafael Fernández y flauta de Delia Peña. Ofreció la fiesta de la música flamenca, que de pronto se detenía y se degustaba en sus notas espaciadas para tomar velocidad después, de nuevo pronto. “Te he de querer mientras viva” sonó con giros propios, siempre en ese compás.

Rosario Montoya sobre el escenario del teatro Juan Luis Galiardo
Rosario Montoya sobre el escenario del teatro Juan Luis Galiardo / VANESSA PÉREZ

Continuó Rosario, gustándose, por una malagueña, con su vestido de colores, tal como ella ve la música que le atrae y que ofrece con su piano. Fue momento para que sonara con su piano, apenas seguida con algunos toques de caja. La malagueña es palo lleno de solemnidad que Montoya desplegó con sus dotes de pianista clásica para ofrecer una versión minimalista no exenta de delicadeza flamenca.

Avanzó con una rumba catalana, en honor a los hombres que se entregan a sus familias, seguida de Dulce melodía, una pieza en homenaje a las madres, rememorando el parto de su hija. Terminó con sorpresa, incorporando al escenario al cantaor jerezano David Carpio, que comenzó con un fandango dedicado a Canela de San Roque, que dio paso a seguiriyas, soleares para culminar con un fandando de gloria. Estuvo espléndido.

Diego Amador empezó con el tronar de una toná, a palillo con sus dedos, con ese metal de voz que tanto le diferencia y caracteriza, flamenco y gitano. Continuó con la seguiriya de Camarón de la Isla que comienza diciendo “A la Iglesia mayor fui”. Sus manos recorrían la hilera de teclas blancas y negras con vigor y mucha hondura, mientras su voz seguía recordando al de San Fernando, de nacimiento, y linense de adopción, al ritmo de los tangos de Paco de Lucía en Siroco.

Su actuación tornó por bulerías, arrancando con unas falsetas también del universal guitarrista algecireño, sumando notas a mucha velocidad, cumpliendo lo que suele decir, que toca el piano como si fuera una guitarra. La voz de Diego exhala un rajo gitano indeleble que transmite de forma admirable a las teclas de su piano.

Luego el sevillano se adentró en cantes de Levante, seguidos de unas alegrías "a mi forma", como dijo, salpicadas de flamencura y bases jazzísticas. El concierto de Diego Amador, solo sobre el escenario, sonó a mucho, como un arcón repleto de historia, de presente y de futuro donde caben creaciones de grandes flamencos y músicos.

En las alegrías demostró su musicalidad innata e inmensa, con variaciones muy personales que sonaron a la mar de Cádiz en pleno oleaje de sonidos bellísimos. En los fandangos su voz siguió siendo grito antiguo y sentido. Y deambuló después por una composición propia, plena de jazz salsero, un prodigio en las mismas manos que minutos antes llevaban a las teclas las mejores falsetas flamencas. Remató con unas soleares sorberbias, para terminar por bulerías. Lo que hizo en su paso por San Roque fue de muchos quilates.

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