El repliegue del puesto de Buceite (IV)
LA GUARDIA CIVIL EN SAN ROQUE (LXXVI)
Casablanca tuvo que dejar la casa-cuartel de Jimena en la noche del 30 al 31 de julio de 1936 para volver a San Roque campo a través
El brigada Carrasco, el único que quedó en el puesto, tuvo un trágico final
San Roque/Visto el sargento Antonio Casablanca Romero, comandante del puesto de Buceite, que no conseguía convencer a su superior jerárquico, el brigada Salvador Carrasco Zurita, comandante del puesto de Jimena y jefe accidental de la Línea de Jimena, procedió a replegarse sin él sobre San Roque con el resto de guardias civiles.
Casablanca en las vicisitudes correspondientes a 1936, anotadas en su hoja de servicios al año siguiente, hizo constar expresamente que: “a las 3 de la madrugada del 31 de julio salió por la puerta trasera, se organizó la retirada con grandes precauciones, puesto que tuvo la necesidad de abrirse paso fusil en mano ante un destacamento de milicianos que vigilaban dicha puerta y a campo traviesa llegó a la Plaza de San Roque a las 18 horas, sin novedad, quedando en San Roque prestando los servicios propios del Cuerpo”.
En 1962, con ocasión de la reiterada instancia elevada al jefe del Estado, aportó mucha más información sobre su marcha de la casa-cuartel de Jimena en la noche del 30 al 31 de julio: “a las 24 horas, el que suscribe, al mando de un Cabo y 13 guardias, llevándose consigo la totalidad del armamento, municiones, criptógrafos y carpetas Reservadas, así como la esposa y dos hijos menores de 12 años y también la esposa y sus dos hijos de la misma edad de un Guardia del grupo, salieron al campo por la puerta trasera del cuartel, con las armas preparadas”.
Cuando cita al grupo de guardias civiles se refería tanto a los de su puesto como a los del puesto de Jimena, cuyo detalle será relatado en el capítulo correspondiente a las vicisitudes de dicha unidad. Tan sólo permaneció en el acuartelamiento el brigada Carrasco que poco podía aventurar entonces el pronto y trágico final que el destino le guardaba.
Al marcharse no dejaron arma ni munición alguna que pudiera caer en manos de los milicianos. Y por supuesto se llevaron consigo los criptógrafos y las carpetas de ambos puestos que contenían la documentación clasificada como “reservada”. Concretamente se denominaban oficialmente “carpetas de órdenes de carácter reservado”, en las cuales se guardaban el registro de sospechosos y sus antecedentes, el cuaderno copiador de las comunicaciones que se expedían con carácter reservado, las que se recibían de igual clasificación así como el criptógrafo.
Éste, desaparecido hace muchos años de las unidades territoriales del benemérito Instituto, era una herramienta que se utilizaba para cifrar y descifrar mensajes escritos con una clave secreta. El usado por la Guardia Civil en esa época era del tipo denominado de “cinta” y que en el caso que nos ocupa, se guardaba bajo llave por los comandantes de puesto en la mentada “carpeta reservada”.
Su uso estaba inicialmente regulado por unas instrucciones de la Dirección General de la Guardia Civil de fecha 5 de julio de 1921, que fueron siendo modificadas sucesivamente. Al contrario que otro tipo de criptógrafos de la época mucho más sofisticados, no se trataban de máquinas sino algo más sencillo que se conservaba dentro de un sobre lacrado que había que diligenciar cada vez que se abría y volvía a cerrar.
El criptógrafo se reputaba como documento secreto. No podían utilizarlo otras personas que las que lo tenían a su cargo y las que con arreglo a ordenanza les sustituyera en el mando. Su uso, además de los prevenidos, estaba limitado a los casos en que la prudencia lo aconsejase, “para evitar el peligro de la divulgación del contenido de un despacho en perjuicio del mejor servicio”. Su extravío o pérdida constituía falta grave y se castigaba conforme al Código de Justicia Militar entonces vigente, con la sanción de arresto militar o suspensión de empleo.
Poseían entonces criptógrafo la Inspección General del Cuerpo, los generales jefes inspectores de Zona, los coroneles subinspectores de Tercio, los primeros jefes de Comandancia, los capitanes jefes de Compañía o Escuadrón, los jefes de Línea y los comandante de Puesto. En estos casos se empleaba la correspondiente clave asignada. También lo poseían el ministro de la Gobernación, diversas autoridades dependientes del mismo relacionadas con la seguridad pública y los gobernadores civiles, con los que se utilizaba otra clave diferente.
A modo de curiosidad decir que en el Campo de Gibraltar la Guardia Civil utilizaba otra clave específica para comunicaciones con el gobernador militar, pero en julio de 1936 ya no se usaba desde el cese del general de división Mario Muslera Planes, producido a los cuatro días de proclamarse la Segunda República. La entrada en vigor del decreto de 29 de abril de 1931 derogó otro de fecha 21 de octubre de 1880, que concedía atribuciones gubernativas a dicho cargo. El general Muslera sería fusilado en San Sebastián al inicio de la guerra civil por su desafección al gobierno de la República.
Entre la documentación clasificada que llevaba en esas carpetas el sargento Casablanca durante su repliegue hacia San Roque, se encontraba precisamente la “Circular Muy Reservada”, núm. 278, de 16 de diciembre de 1933, dictada por la Inspección General de la Guardia Civil, mencionada en capítulos anteriores.
La concentración de Buceite a Jimena se había hecho en virtud de orden dimanante del nuevo jefe de la Comandancia de Málaga, nombrado tras el fracaso allí de la sublevación militar. Pero el repliegue sobre San Roque desde Jimena era por iniciativa propia, siguiendo en lo posible lo dispuesto en la mentada circular, si bien la misma había sido dictada en un contexto bien diferente.
Aplicó especialmente aquella parte de la misma que decía: “Cuestión importante y sagrada para todos, que no debe eludirse; es la de prevenir también la conducta a seguir para proteger las familias del personal del Instituto al salir de los puestos la fuerza, para concentrarse en otros.”
La circular hacía mención de la posibilidad de que las esposas e hijos de los guardias civiles que habitaban en las casas-cuarteles pudieran buscar alojamiento seguro en viviendas de otros familiares o amistades que vivieran dentro o fuera de la localidad. Caso de que no lo desearan o no fuera factible, debían entonces acompañar a los efectivos que se replegaban, asumiendo las incomodidades y riesgos de todo tipo que ello implicaba.
Y así se hizo en este caso. El sargento Casablanca se llevó consigo a su esposa, Concepción Muñoz Gonzáles y a dos de sus cuatro hijos, concretamente los más pequeños, Francisco y José, de 12 y 10 años de edad respectivamente. Los dos mayores puede que estuvieran fuera. Tan sólo otro guardia más quiso que su mujer y dos niños de similares edades les acompañasen a pie hasta San Roque.
El resto, tal y como Casablanca hizo constar en su hoja de servicios quedaron asegurados antes de salir, en Buceite o en Jimena. Debió ser una decisión personal muy dificil de tomar para cada familia, pues tal y como establecia la reiterada circular, no estaban sometidas a la disciplina militar. Nadie sabía realmente que estaba sucediendo en el país ni cómo iba a terminar todo aquello. La orden inicial, incumplida, era unirse a una columna de Málaga para atacar San Roque.
(Continuará).
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