¿De quién es la moneda?
Tribuna de opinión
Francisco ha sido y es un pastor significativo, con significado propio
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PREGUNTA que responde a otra pregunta; y así, la sabiduría del Galileo, rompe cualquier discurso posible, sobre todo las hipocresías latentes. Es una buena cuestión, un buen examen de conciencia para el final de una vida: ¿de quién ha sido la moneda?, ¿de quién ha sido el papa Francisco? Al final de una vida volvemos a los lugares significativos, a los tiempos vividos, a los servicios amados, a las cruces cargadas… a aquel momento, en que, con 17 años, experimenta, en el sacramento de la penitencia, el estupor de un encuentro, de Alguien que le está esperando y que cambia el paso de su vida. Desde ese momento toda su vida será ser instrumento de Dios, y así, hasta el Domingo de la Pascua de este año, donde Dios volvió a llamarlo, de forma definitiva. Una vida cargada de expresiones, afirmaciones, verbos y formas de actuar que han marcado el discurrir de una historia forjada por el Espíritu Santo: primerear, descartados, periferias, ternura, alegría, cuidado de la tierra, migrantes, iglesia en salida, acedía egoísta, pesimismo estéril, mundanidad espiritual, el oído en el pueblo, la sinodalidad, el cuidado de la fragilidad, la economía distributiva, el diálogo entre la fe, la razón, las ciencias; sus lugares preferentes, la prioridad de sus viajes, los abrazos entregados. El Santo Padre ha sido y es un pastor significativo, con significado propio, pero ¿de dónde viene esa fuerza? De la elección. Todo en él ha sido obra del Espíritu Santo; incluso los errores, que no ha disimulado, ¿de dónde venía el carisma? De un conocimiento de Dios que le ha llevado en todo a amar y servir. Dos verbos que definen esta vida. Tener "conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo, enteramente reconociéndolo, pueda en todo amar y servir a Dios" (Ejercicios Espirituales de san Ignacio, n. 233)
¿De quién es la moneda? Esta moneda es de Dios, ha sido de Dios. "Del mismo modo que se devuelve al César la moneda, así se devuelve a Dios el alma iluminada e impresa por la luz de su rostro… En efecto, Cristo habita en el interior del hombre" (San Agustín, Comentario al Salmo 4, 8). Así ha llegado Francisco ante Dios, con el alma iluminada por la historia vivida, luchada, amada, llorada, sonreída. Nadie puede hacerlo suyo, porque solo ha sido de Dios, y esto nos ha interrogado, interpelado, conmocionado.
Cristo nos ha salido al encuentro en el Santo Padre. Toda una historia de amor y belleza donde nos sorprende la grandeza de un Dios que sale a nuestro encuentro: "Él mismo viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y para que demos testimonio por el amor, de la espera dichosa de su reino" (prefacio II de Adviento) Y así, Francisco, fue reconociendo en cada persona, en cada acontecimiento, un momento para dar la palabra adecuada. Su vida ha sido profética desde el primer momento de su elección, profética desde los pequeños, desde los más humildes, y por eso hoy todo el mundo se conmociona, porque nos ha devuelto la esperanza. "No te olvides de los pobres", pidió el cardenal Humes al recién elegido papa Francisco, y ciertamente que la profecía solicitada la ha cumplido.
¿De quién es la moneda? De Dios. De Dios vino y a Dios vuelve. Allí ha llegado Francisco, habiendo entregado la monedita del alma, la que se pierde si no se da: "Moneda que está en la mano tal vez se deba guardar. La monedita del alma se pierde si no se da" (Consejos, de Antonio Machado).
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