Los papas y el cine, una relación difícil
La mejor película de ficción de un pontífice sigue siendo 'Las sandalias del pescador'
Juan XXIII suavizó las relaciones con la industria, pero le tocó lidiar en 1960 con el escándalo de 'La dolce vita'
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El Vaticano tiene su propia filmoteca, creada por Juan XXIII en 1959, que custodia unos 8.000 títulos, desde la primera filmación de un papa, León XIII en los jardines del Vaticano (Dickson, 1896), hasta los más recientes títulos documentales o de ficción relacionados con el Vaticano o de interés religioso general. Su tesoro son las más de 100 horas filmadas durante el Vaticano II que se resumieron en el largometraje La Filmoteca Vaticana. Immagini dal Concilio, estrenado con motivo de su cincuentenario.
No han sido cordiales las relaciones entre el Vaticano y el cine. Pío XI prohibió en el Jubileo de 1925 que se le filmara durante las ceremonias religiosas, receloso del uso que de ellas se hicieran y donde se proyectaran, considerando entonces la Iglesia, y así durante muchos años, que el cine era más negocio dado a explotar la inmoralidad y la violencia que un arte formativo y educativo. La carta encíclica Vigilanti Cura dejó clara en 1936 su cautela si no desconfianza. El Jubileo de 1950 rompió esta prohibición gracias al interés de Pío XII por los medios de masas como elementos difusores de la doctrina. Ocho años antes, en 1942, en pleno fragor de la guerra, el Papa había llamado a los directores Romolo Marcellini y Luis Trenker para que le filmaran, a partir de un guión del prestigioso dramaturgo y guionista católico Diego Fabbri (responsable de los guiones de El general della Rovere de Rossellini o de I vinti de Antonioni) como mensaje de paz y esperanza al mundo. Fabbri, por cierto, estuvo envuelto en el más curioso y dramático episodio que relaciona el Vaticano y el cine: el rodaje de La porta del cielo en 1943, ya ocupada Roma por los nazis, un proyecto apoyado por Giovan Battista Montini, el futuro Pablo VI y sufragado por Acción Católica y donaciones particulares que en realidad acabó siendo un subterfugio que salvó, por mediación de María Mercader, entonces su amante, a Vittorio de Sica de cumplir la orden de incorporarse al departamento de cine de la agónica República de Saló que había fundado el depuesto Mussolini, y sobre todo salvó a 800 personas, judíos y perseguidos políticos muchos de ellos entre actores, técnicos y extras, recluidos en la Basílica de San Pablo Extramuros, considerada territorio Vaticano y por lo tanto diplomáticamente inviolable por nazis y fascistas, donde se rodó toda la película.
Juan XXIII suavizó las relaciones entre el Vaticano y el cine, aunque le tocó lidiar en 1960 con el escándalo de La dolce vita, ferozmente atacada por L’Osservatore Romano y el Centro Católico Cinematográfico por "decadente y blasfema", aunque defendida por el influyente jesuita Angelo Arpa. Podría ser el punto y final de estas disputas la dedicatoria de Pier Paolo Pasolini que encabezaba su Evangelio según Mateo: "Al recuerdo querido, alegre y familiar de Juan XXIII", proyectada en privado con éxito a los emocionados padres conciliares durante el Concilio.
Las relaciones entre el cine y el Vaticano tampoco han sido fáciles. No me voy a ocupar, en lo que a la ficción se refiere, de morrallas como las películas basadas en las novelas de Dan Brown, la grotesca El joven Papa (2019, Sorrentino), la fallida Habemus papam (Moretti, 2011) o la reciente Cónclave (Berger, 2014), thriller correcto que acaba en disparate al que la muerte de Francisco y el futuro cónclave han venido de perlas para hacer aún mayor su taquillazo. En lo que al cine de ficción se refiere la mejor película sobre un papa sigue siendo Las sandalias del pescador (1968). Puro cine comercial en gran formato dirigida por el artesano Michael Anderson y basada en un bestseller de Morris West. Cierto. Nada de cine de autor. Pero realzada por las interpretaciones de sir John Gielgud como el papa Pío XIII y Anthony Quinn como su sucesor Kiril I, los cardenales aspirantes al papado interpretados por Vittorio de Sica y Leo McKern, y el jesuita inspirado ven Teilhard de Chardin interpretado por Oscar Werner. Realzada por los fabulosos decorados y el diseño de producción de Edward Carfagno y George Davis, incluida la reconstrucción de la Sixtina y las estancias vaticanas; por la minuciosa reconstrucción del desarrollo y los ritos del cónclave (hasta tal punto que más de un informativo las ha utilizado estos días sin indicar que se trataba de una película); y por una fabulosa partitura del gran Alex North. Cine comercial, sí. Una película no perfecta, por supuesto (el triángulo entre David Janssen, Barbara Jefford y Rosemary Dexter queda regular). Pero que por algo ha quedado en la memoria de los espectadores.
En lo que a las películas inspiradas en hechos y papas históricos se refiere, se me va a permitir que pase de puntillas por los muchos telefilmes y las muchas teleseries dedicadas a los papas, todas de correcta factura aunque planas, destacando solo Escarlata y negro (London, 1983) por su rigor y las interpretaciones de Gregory Peck como el padre O’Flaherty, Christopher Plummer como el SS Herbert Kappler y Sir John Gielgud como Pío XII; Juan XXIII, el Papa de la paz (Capitani, 2002) por la gran interpretación de Edward Asner; Karol, un hombre que se hizo papa y Karol, el papa, el hombre (Battiato, 2005 y 2006) tanto por la buena interpretación de Piotr Adamczyk como por la soberbia y conmovedora partitura de Ennio Morricone en unas de sus últimas obras maestras; y Pío XII, bajo el cielo de Roma (Duguay, 2010) por la muy buena interpretación de James Cromwell.
Pasando al cine, y como he hecho con la ficción, no presto mucha atención a la manipuladora, aunque muy bien interpretada, Los dos papas (Meirelles, 2016), sobre una supuesta confrontación Ratzinger-Bergoglio, ni a la grotescamente fallida El rapto (Bellocchio, 2023), que dilapida un oscuro tema de gran interés histórico protagonizado por Pío IX. Y sí destacaré el duro retrato de Pío XII, interpretado por Marcel Iures, y de la política del Vaticano durante el Holocausto que dirigió Costa Gavras en Amén (2002) y sobre todo el irónico a la vez que colérico retrato de Julio II que hizo Rex Harrison en El tormento y el éxtasis (1965). Otro caro mamotreto comercial en gran formato, ciertamente, pero prodigiosamente interpretado por Rex Harrison/Julio II en bronca constante con Miguel Ángel/Heston, unos soberbios decorados de la Sixtina mientras era pintada del genial diseñador de producción Dario Simoni y -casualidad- la grandiosa partitura de Alex North, campeón vaticano de los músicos de cine, con una obertura de Jerry Goldsmith para las imágenes documentales que abren la película.
Francisco, para terminar, ha sido filmado hasta en ocho películas de ficción, interpretado por Jonathan Pryce, Darío Grandinetti o Rodrigo de la Serna, y sobre todo en documentales, siendo los mejores In viaggio, viajando con el papa Francisco de Gianfranco Rosi, Francesco de Evgeny Afineevsky y sobre todo El papa Francisco, un hombre de palabra de Wim Wenders.
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