Querido orden de promesa

Manuel Gil

Querido orden de promesa / Archivo

10 de abril 2022 - 04:25

La Semana Santa, afortunadamente, está llena de maravillosas y fantásticas historias que dan sentido, vida, forma y legado a la tradición de nuestras hermandades. Sentimientos, emociones, pasiones, vivencias, experiencias y relaciones personales que van más allá del mero lazo que une a todos los que tienen devoción por una imagen o una advocación. Es lo que acostumbramos a llamar “vida de hermandad”. Un bendito y benigno veneno que hace tan especiales y únicos los momentos que sólo regalan las cofradías y que equilibra un balance no siempre fácil de igualar.

Siempre me ha gustado escuchar y conocer cosas sobre la Semana Santa del ayer de la mano de mis mayores. Una Semana Santa que entre el humo de la melancolía y el aroma de lo añorado siempre parece mejor de lo que fue, como todo en la vida, pero estoy seguro que me hubiera apasionado conocer, disfrutar y sentir como propia. Historias y anécdotas que llenan el verdadero Libro de Reglas de cada hermandad, que no son estatutos, lo componen leyendas y vivencias que hacen tan increíble el sentido de pertenencia a una entidad.

Lejos del protagonismo o el ego, siempre me enamoró escuchar todas esas historias y hoy, por primera vez, no me importaría compartir una propia de esas que te hacen amar este mundo y sentirte en casa y en familia. Desde hace muchos años, por facilitar la organización del cortejo procesional de Medinaceli, cofradía a la que pertenezco desde que tenía 72 horas de vida, desfilo como orden de promesa tras el Palio de María Santísima de la Esperanza. Tengo el privilegio y el orgullo de sentirme el último nazareno que pone la cofradía en la calle y a su vez de disfrutar de la salida íntegramente y desear suerte a los muchos amigos que en ella participan.

Por falta de nazarenos que estuvieran dispuestos a ocupar dicha posición en el desfile, el entonces hermano mayor me brindó esta oportunidad de salir como orden de promesa, cometido que acepté con ilusión por el privilegio de procesionar a sólo unos metros del palio. Es un lujo ver cada una de sus chicotás, disfrutar del paso en la calle y hacerlo tan cerca de la Virgen. Aquel año coincidí con un compañero, bastante mayor que yo, al que tras el saludo de bienvenida no volví a cruzar palabra en todo el recorrido. Ahí comenzó nuestra historia.

Al año siguiente, volvimos a coincidir los dos. Nos saludamos en esta ocasión de manera más efusiva. Pero merece la pena destacar que tan sólo nos pudimos reconocer por la voz y la mirada, ya que los dos acostumbramos a salir de casa con el hábito y el capirote colocado, como mandan los cánones, hasta que regresamos nuevamente al hogar con la Estación de Penitencia cumplida.

Año tras año fuimos cumpliendo esa tradición. Cada vez más amigos, cada vez con más momentos vividos juntos y cada vez con más experiencias sentimentales en común, por nuestra privilegiada situación en el cortejo. Así, un Martes Santo tras otro desde hace muchos años. Aquel hombre se ha convertido en mi querido y fiel compañero de orden de promesa en el Palio de la Esperanza.

Lo más mágico de todo esto es que más de una vez nos habremos cruzado por la calle, quizás hasta nos habremos saludado o incluso cabe la posibilidad de que hayamos cruzado una conversación por el trabajo, amistades o el azar. Pero la realidad es que Martes Santo a Martes Santo hemos trenzado un fuerte vínculo de amistad que sólo une nuestra cofradía. Desconozco su nombre, su edad, a qué se dedica o incluso dudo que supiera reconocerlo estando a sólo unos metros de mí. Pero compartimos algo difícil de explicar.

Hace tres años que no nos vemos y ya cuento las horas para volver a encontrarnos el Martes Santo, los dos de capa verde, en la puerta lateral de la Capilla de San Isidro. Cuando llegue el momento de fundirnos en un abrazo, los dos sabremos que ha vuelto nuestra Semana Santa.

Estoy convencido que muchos de los nazarenos y cofrades de la ciudad guardan historias y anécdotas mejores que la mía pero hoy, tras esta pandemia, me apetecía compartir esta historia, secreta para la mayoría de las personas que me conocen. Y quién sabe, quizás mi querido compañero de orden promesa lea estas líneas y me guiñe un ojo, a su callada manera, momentos antes de que cruce el dintel de la capilla el Palio de la Virgen de la Esperanza.

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