Feria y toros en Tarifa en el siglo XIX

Historia de Tarifa

La inauguración de la plaza de toros permanente (1889) constituyó la principal atracción de las fiestas patronales

Artístico cartel de la feria de 1896 anunciando magníficas corridas de toros y variadas atracciones.
Artístico cartel de la feria de 1896 anunciando magníficas corridas de toros y variadas atracciones.
Andrés Sarria Muñoz

01 de septiembre 2022 - 01:13

En la inicial feria de Tarifa, en septiembre de 1835, se lidiaron reses en plaza cerrada, pero luego el festejo taurino se ceñiría al popular capeo y carreras por callejas y plazuelas. Con la inauguración de la plaza permanente en 1889 ya sí se organizaron corridas formales, constituyendo la principal atracción de las fiestas patronales, sobre todo para los visitantes foráneos.

Los festejos con toros por las calles

En la incipiente edición de la feria de 1835 se verificaron algunas corridas, acondicionando para ello la recién estrenada plaza de abastos, solar del antiguo convento de la Trinidad. Fueron organizadas por los jefes locales de la milicia nacional para sufragar sus necesidades de equipamiento más urgentes. Sin embargo, la operación se saldó con importantes pérdidas económicas debido a la reducida concurrencia. Lo acostumbrado era el bullanguero y gratuito capeo de reses sueltas por las estrechas calles y placitas, donde los mozos demostraban su habilidad y valentía.

No hallamos más noticias en la primera mitad de la centuria sobre toros en las fiestas patronales, pero haberlos los hubo, faltaría más. Las autoridades superiores advertían reiteradamente del peligro e ilegalidad de tales capeos callejeros, desautorizándolos si no contaban con el permiso gubernativo. A pesar de ello, el gobernador y el ayuntamiento tarifeños solían hacer la vista gorda para no enemistarse con el pueblo, que los reclamaba con vehemencia.

La primera crónica que conocemos sobre la feria, en 1850, incluye un lacónico comentario taurino: "Los toros fueron bravos". Suficiente para darnos a entender que las corridas estaban normalizadas en las fiestas, y que se trataría de reses sueltas o enmaromadas, modalidad que llamaban 'a estilo del país'.

Según relata el artista y aficionado José Román Corzanego -que participó activamente en aquellas carreras-, el día de la patrona, la Virgen de la Luz, se encerraban cuatro o seis toros en un corral en el centro de la población. A media tarde se soltaban durante tres o cuatro horas para regocijo de vecinos y forasteros. A veces, uno de los astados se dejaba dentro de las murallas, deambulando toda la noche por las callejuelas en penumbra, alargando la diversión, pero también el riesgo que suponía para incautos, despistados o hartos de vino.

Así ocurrió en la feria de 1882, en la que se capearon cuatro toros en el mismo día. No obstante, lo habitual es que se corriese uno cada vez, como en 1885: "los días ocho y nueve de septiembre último, que se corrieron dos toros para celebrar la fiesta de la Patrona, Nuestra Señora de la Luz?.

Para las corridas regladas había que desplazarse hasta Algeciras, cuya feria comenzó su andadura en 1850. Desde junio de 1851 ya contó con su plaza, en la que actuarían primeros espadas del momento. Algunos aficionados gastaban lo que tenían y lo que no tenían para ver a aquellas figuras del toreo, que arrastraban multitud de incondicionales seguidores.

La plaza de toros permanente revitalizó la feria

Plano parcial de Tarifa en 1909 con la plaza de toros, entonces en las afueras de la población.
Plano parcial de Tarifa en 1909 con la plaza de toros, entonces en las afueras de la población.

Al cabo, un grupo de vecinos notorios, destacando los Núñez, y en particular Carlos Núñez Lardizábal (1821-1888), decidieron mercantilizar los festejos taurinos. La oportunidad se les presentó ante la necesidad de un nuevo matadero municipal, cuyo corral también podría utilizarse para corridas. En 1888 fundaron la sociedad La Constructora Urbana expresamente para construir el matadero y gestionar la plaza anexa, inaugurada en la feria de 1889 sin haberse terminado del todo la obra.

Los toros tomaron entonces protagonismo en la prensa local y puntualmente también en la de ámbito nacional, lo que supuso una buena promoción para Tarifa. Acudieron aficionados de las poblaciones comarcanas, sobre todo de Vejer, Algeciras y Gibraltar; pero también de Ceuta y Tánger.

La plaza de toros tarifeña se inauguró en la feria de 1889 con dos novilladas.
La plaza de toros tarifeña se inauguró en la feria de 1889 con dos novilladas.

Las compañías de transporte terrestre y marítimo incrementaban los viajes en los días de feria y a precios rebajados a fin de facilitar la asistencia desde las dichas localidades. Así lo anunciaba la prensa en 1891: "Las empresas de carruajes harán viajes diarios de ida y vuelta a precios reducidísimos". Se calculaba entonces una afluencia de unos seis mil forasteros en el día grande, el 8 de septiembre. Esto a pesar de las molestias del camino, soportando traqueteos, polvos y una canícula que ríete tú de las actuales olas de calor.

Sin embargo, las corridas nunca fueron un buen negocio en Tarifa; ni siquiera las de feria. Los vecinos demandaban las tradicionales sueltas de reses por las calles. El citado José Román no ocultó su descontento ante aquella innovación: "construyeron una placita en la que se entra por el tejado, muy pequeña, suficiente para la población. Y tan suficiente, porque el vecindario no acudía a ella".

La razón de tan escaso público no era otra que la dramática escasez de recursos de los vecinos, jornaleros y hombres de mar en su mayoría. En el semanario El Defensor de Tarifa puede leerse en septiembre de 1891: "El pueblo está en un estado angustioso. No hay dinero, y, por tanto, ¿Cómo ha de concurrir a la corrida quien no tenga dinero para ello?”.

Cierto es que la plaza alcanzaba una mejor entrada en los días de feria, pero ni mucho menos conseguían llenarla siempre, pese a la usual grandilocuencia empleada en los carteles. Una función con tres becerros se llega a anunciar como un grandioso festival taurino.

Los empresarios pensaron alguna vez en resarcirse de las pérdidas organizando novilladas con precios reducidos después de los tres días de feria propiamente dicha (7, 8 y 9 de septiembre), en la posterior velada. Tampoco resultó. Tras esos tres días de mercado se marchaban casi todos los forasteros y los tarifeños de la campiña.

Aunque la sociedad Constructora Urbana gestionaba la plaza, en realidad, las corridas eran costeadas por vecinos, principalmente comerciantes e industriales. Aportaban ciertas cantidades a un fondo con la idea de que se les devolvería añadidos los teóricos rendimientos. Como fondistas o accionistas perdían dinero sistemáticamente, pero sus negocios salían beneficiados por los muchos visitantes que acudían gracias al tirón de los toros.

Corridas de feria a finales del siglo XIX

Casi siempre se lidiaron reses de ganaderías tarifeñas, ni que decir tiene. Entre los diversos ganaderos de bravo destacaban Joaquín Abreu Núñez y el muy emprendedor Carlos Núñez Lardizábal. Al fallecer Carlos Núñez en 1888, su viuda, Lorenza Reinoso, continuó con la ganadería, que luego pasó a sus hijos José y Marcos Núñez Reinoso. Ocasionalmente, también se lidiaron reses de hierros foráneos, como los novillos-toros de Miura y de Surga, ambos sevillanos.

Los toreros que vinieron procedían mayormente de Cádiz y Sevilla. Eran novilleros, es decir, matadores de poca relevancia en el escalafón taurómaco. Se contrataba una o dos cuadrillas para las corridas de feria, pudiendo ocurrir que la misma lidiase en más de un día, o que para una función hubiese una sola cuadrilla. Algunas cuadrillas repitieron en varias ferias.

Cartel en seda para la corrida de feria de 8 de septiembre de 1895.
Cartel en seda para la corrida de feria de 8 de septiembre de 1895.

El coso se estrenó con dos novilladas para los hermanos Juan Villegas, el Loco, y José Villegas, Potoco, de Cádiz. Los Niños Sevillanos, Faíco y Colorín, lidiaron miuras de desecho en la feria de 1891. Fernando Lobo, Lobito y Francisco Pérez, Crispín, actuaron en la de 1892. La cuadrilla de Tomás Meno, el Rizao, mató cuatro toros en cada una de las dos corridas de 1893. En 1894, Juan Gómez Lesaca, de Sevilla, mató los seis astados por lesión de Potoco. Diego Rodas, Morenito, de Algeciras, y Manuel Díaz, Agua-Limpia, acudieron a la feria de 1895. En 1897 vinieron las cuadrillas de Morenito y Lobito. Los sevillanos Cayetano Leal, Pepe-Hillo y Antonio Fernández, Bocanegra, torearon en 1899.

Por descontado que no faltaron las mujeres toreras. Se dio al menos una función, en la feria de 1893, en la que intervinieron las diestras la Frascuela y la Ollera, "señoritas que desconocen el apreciable arte de remendar calcetines". Cada una de ellas lidió dos becerros de los herederos de Núñez Lardizábal.

Artístico cartel de la feria de 1896 anunciando magníficas corridas de toros y variadas atracciones
Artístico cartel de la feria de 1896 anunciando magníficas corridas de toros y variadas atracciones

A veces se contrataba una cuadrilla para lidiar una parte del lote, dejando el resto para que hicieran suertes cuadrillas de aficionados conocidos. Estos eran personajes de cierto relieve social, como Ildefonso Lara o Pepe Sáenz, que luego fue alcalde en dos mandatos. Sin embargo, dichos aficionados capeaban habitualmente en fechas distintas a las de feria.

Además, en las corridas era costumbre que algún espectador presentara sus credenciales de supuesta torería saltando espontáneamente al ruedo. Si uno de estos espontáneos ‒normalmente, aspirantes a toreros- se disponía a capear sin el permiso del presidente, que no solía concederlo, podía ir a dar con sus huesos en la cárcel.

Fueron muchas las faenas que exasperaron al público, que tampoco andaba muy sobrado de paciencia. Hubo novilleros que "se hicieron dignos de presidio por sus atentados" a la hora de matar; o sea, una escabechina con el infortunado animal. Por su manifiesta incompetencia, las crónicas llegan a rebajarlos a la condición de maletillas, y con poco equipaje. Y cuando no eran los toreros eran los toros los que no ofrecían juego. Los ánimos del respetable se encendían, derivando en broncas memorables -incluyendo sillazos en la cabeza del presidente- que daban para tertulias de taberna durante semanas y meses.

A todos esos condicionantes hay que sumar el inconveniente del viento de levante, que aparecía casi por norma para fastidiar a los feriantes y estropear la bonita y frágil iluminación a la veneciana. La corrida se veía particularmente perjudicada por tan molesta ventolera, desluciendo la faena de los novilleros, si es que no había que suspenderla.

Claro está que también se vieron algunas tardes de buen toreo y gradas repletas, las cosas como son. Esto es lo que pasó en la corrida de 10 de septiembre de 1898, segunda de feria: "Las cuadrillas, bien; sobresaliendo Crispín, que ha trabajado superiormente con la muleta y el estoque. La presidencia, acertadísima, y la plaza de bote en bote".

'El toro del aguardiente'

a tradición del Toro del Aguardiente pervive en algunos pueblos de la provincia.  En la imagen, el capeado en la feria de San Roque 2022.
a tradición del Toro del Aguardiente pervive en algunos pueblos de la provincia. En la imagen, el capeado en la feria de San Roque 2022.

En la feria de 1891 se introdujo el toro del aguardiente, llamado así porque se lidiaba de buena mañana, a la hora en que acostumbraban a tomar una copita. Tiene su origen en el toro de prueba, que teóricamente consistía en soltar un toro de los encerrados para la corrida de la tarde a fin de que los aficionados pudieran verificar casta y trapío. Esta práctica, antigua en otras plazas, llegó a Tarifa ya del todo desvirtuada. Aquí el toro en cuestión fue un buey y nada tenía que ver con la torada de la potencial corrida posterior.

Tras la diana floreada tocada hacia las 6,30, numerosas personas transitaban por el mercado de ganados para asistir al buey embolado en la aledaña plaza de toros. Allí se dirigía la banda municipal encabezando la alegre comitiva después de haber recorrido las principales calles, dándose así por comenzada la fiesta.

Esta propuesta de lidia matinal fue recibida con agrado por quienes podían permitirse pagar para verlo en la plaza, o incluso bajar al ruedo para ejecutar algunos capotazos y recortes. No era un toro del aguardiente que se corriese por las calles del pueblo. En cualquier caso, fue un novedoso reclamo añadido de la feria, distinto a los clásicos juegos de cucañas, carreras de bicicletas y similares.

En definitiva, que los toros eran el principal atractivo de las fiestas patronales en el siglo XIX. Primero en la modalidad de correrlos y capearlos sueltos por las calles, y desde 1889 la lidia en plaza cerrada. Es verdad que las corridas no daban ganancias directas a los accionistas promotores; sin embargo, fueron evidentes los beneficios que aportaban a la economía local por la mayor afluencia de forasteros.

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